25 años de Profesión Monástica
Gratitud. Es tiempo de acción de gracias por mis 25 años de Profesión Religiosa, por aquel Sí primero al Señor que, con su gracia y la ayuda de mis hermanas, he ido manteniendo a lo largo de estos años de peregrinación en la fe. Tiempo de reconocer y celebrar el don de Dios, por el gran regalo de la vocación en la sencillez de la vida orante, compartiendo amistad y fraternidad con mis hermanas, por la entrega de mi vida al servicio de la comunidad, de la Orden y de la Iglesia, viviendo con alegría evangélica, y pasar, como Jesús, haciendo el bien.
Gratitud. Esto es lo que brota en estos momentos en mi corazón.
Me siento viva, querida por Dios,
sostenida por su amor.
Ahora sé que Él cuida de mí y escucha mis anhelos más hondos. Me siento feliz, en la plenitud de la vida.
Agradecida, profundamente agradecida.
¡He recibido tanto sin merecerlo!
Al releer estos 25 años a la luz de Dios,
tengo la sensación de haber vivido mucho,
con intensidad, con gran pasión, tanto lo bueno como lo malo.
Quizá no sé vivir de otra manera.
He experimentado muchas veces, y lo sigo haciendo con frecuencia, mi pequeñez, mi impotencia, mi debilidad. Y, a la vez, me siento inmensamente amada en mi barro.
He aprendido a celebrar la vida, a valorar lo pequeño, lo insignificante, a leer el paso de Dios en la historia. He sido perdonada y salvada, y cada día, en cada momento, lo soy de nuevo, por pura misericordia. Y no puedo hacer nada más que agradecer y adorar.
Canto al Señor de la historia y Señor de la vida, con la confianza de que mi vida y la de mi comunidad está en sus manos, y Él hará lo que convenga.
Sin duda, debo mucho a personas que me quieren de verdad, pero ¿a quién agradecer la vida, el ser, la alegría que siento dentro de mí? Se que en el origen de todo está Dios. Es él quien me rodea con su misericordia y su cariño.
Cuántas cosas tengo que agradecerle. Sólo yo conozco el bien que me ha hecho. Recorro mi vida, ¡qué profundos son sus designios! Con cuánta claridad veo ahora en el fondo su bondad y su gran misericordia para conmigo. Él ha sido y es la diestra que me sostiene. Mi corazón se alegra y le canta agradecido.
Estos días pasados en los momentos de oración he reavivado el deseo hondo de:
- Volver a Jesús en actitud humilde y dejar que, una vez más, toque mi corazón; escuchar nuevamente su llamada que me invita a retomar el camino con confianza nueva y firmeza.
- Consentir en lo que Él quiera.
- Dejarme sorprender como una niña. Permitir que su amor me recupere de nuevo y así pueda volver al primer amor.
- Vivir en discernimiento acogiendo sus llamadas. Confrontando mi vida y dejándome interpelar por los demás.
- Caminar abandonada en Él, a la intemperie, sin buscar seguridades ni provisiones para el camino. Sólo pedir el pan de cada día y confiar en que Él me dará lo que necesite.
- Cuidar con mimo mi relación con Él alimentada con tiempos de oración. Dejarme habitar, poseer. Buscar con fidelidad tiempos de soledad y silencio, de lectura orante de la Palabra. Espacios y momentos fuertes de encuentro en los que pueda llenarme para después derramarme.
- Despertarme por la mañana y ponerme de rodillas ante su Presencia, agradeciéndole nuevamente el don maravilloso de la vida. Y acostarme, por la noche, descansando en Él y pidiéndole que llene el vacío que dejo con mi paso. Presentándole mi vida entera y la de las hermanas, la de las personas que amo y de las que debería amar más. Confiada en que Él transformará todo en bien y bondad, incluidos mis pecados.
- Intentar, desde mi pequeñez y pobreza, humanizar la vida de la comunidad como hizo Jesús en su paso por la tierra.
- Poner todas mis fuerzas, mis luces, mi vida en ayudar a cada hermana a centrar su vida en Jesús, a avanzar en el camino de la búsqueda de Dios. A integrar la fe y la vida, a fomentar los valores esenciales de la vida monástica, a encontrar a Dios en los acontecimientos de cada día y a crecer en comunión.
Deseo que vivamos en la comunidad en un clima de confianza, de sanas relaciones fraternas, de espíritu de familia, donde se viva la corresponsabilidad, donde todas nos impliquemos en la marcha de la comunidad, donde se cuide con especial cariño a las enfermas y a las personas más débiles y necesitadas, donde abunde el ungüento del perdón para sanar las heridas producidas en el camino.
Me siento muy agradecida a mis hermanas que confiaron hace 25 años en mí haciendo posible que me consagrara a Dios para siempre. Gratitud, porque después de tantos años han vuelto a hacerlo, eligiéndome para que les acompañe en el camino hacia Dios.
Ojalá el Señor me ayude a buscar siempre el bien, a ser una presencia buena, evangélica para todas, a poner el Amor en el centro de mi vida. Desde ahí, se me dará lo demás por añadidura.
Palacios de Benaver, 6 de agosto de 2012