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Oración y Misión

03 oracion y misionSe me ha pedido que dé un breve testimonio de la dimensión misionera de mi oración contemplativa. Lo que voy a intentar compartir con vosotros es un testimonio muy humilde y sencillo, fruto de mi experiencia personal. Por supuesto que todo lo que os voy a decir todavía no lo vivo en plenitud pero sí os aseguro que es lo que desea y ansía vivir mi corazón.

Por vocación todos los seguidores de Cristo estamos llamados a ser contemplativos, a ser personas orantes y a todos se nos ha encomendado la misión de anunciar la Buena Noticia de Jesús, de llevar el amor de Dios a todos los hombres.

Oración y misión son, pues, dos aspectos de una misma realidad, dos dimensiones inseparables de la fe. Marcos nos dice que Jesús llamó a sus discípulos para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar.

La evangelización no puede por menos que estar unida a la contemplación. Quien se acerca y conoce a Cristo, quien se ha encontrado con Él, tiene necesariamente que comunicar la buena noticia a sus hermanos, no puede guardar este tesoro para sí. Se siente urgido a proclamar con la vida el amor de Dios. Andrés, después de haberse encontrado con Jesús, sintió la necesidad de comunicar a su hermano Pedro que había encontrado al Mesías y le llevó hasta Él.

No hay misión sin vida de oración. Estoy convencida que una evangelización que se sostenga solo en el esfuerzo, en el trabajo, en la actividad, aunque sea muy intensa, resulta estéril, infecunda. Tiene que estar siempre sostenida y alentada por la oración que es la que va preparando el terreno y abriendo los corazones para que la semilla caiga en buena tierra y dé abundantes frutos.

La oración es la que sostiene y fortalece en los momentos de desánimo y dificultad, es la que alienta la esperanza, es la que ilumina cuando todo se hace oscuro, es la que fortalece la fe y hace crecer el amor.

Y una contemplación que no nazca del amor y que no remita y envíe hacia los hombres, que no se haga presente a todos los seres humanos que sufren hoy en el mundo no será auténtica ni evangelizará.

Puedo aseguraros que el haber optado por una vida de soledad y retiro, de distanciamiento físico del mundo, no me ha llevado a desentenderme de mis 2 hermanos, ni a olvidarme de sus luchas y anhelos. La contemplación no supone olvido de la historia, ni evasión de la problemática del mundo. Al contrario. Sé por experiencia que el vivir desde Dios te acerca mucho más al hombre. Nunca he estado tan cerca de mis hermanos, ni tan en comunión con las víctimas del mundo de hoy como ahora. Es imposible contemplar a Dios como Padre, ahondar en su paternidad, sin vivir la fraternidad, sin pensar en todos sus hijos, sin amar sus vidas, sin compartir sus sufrimientos.

Sé que mi misión no es predicar, ni transformar el mundo, ni hacer muchas cosas sino ser para Dios, alabar, bendecir, adorar a mi Señor, interceder por todos los hombres para que Reino se haga realidad. Deseo ardientemente que el Reino sea la meta de mi entrega, la única pasión que anime toda mi vida como lo fue la de Jesús.

Cuando me sentí llamada a la vida consagrada opté por la vida contemplativa porque me seducía vivir en el anonimato ofreciendo mi vida a Dios por todos los hombres solo bajo la mirada divina y porque tenía una gran fe en el poder transformador de la oración y en la fecundidad de una vida escondida con Cristo en Dios.

Muchos amigos no entendían mi decisión y me animaban a marcharme a Misiones ya que les parecía que mi vida iba a ser allí mucho más útil y más fecunda que encerrada en un monasterio con las necesidades que hay en el mundo. Les parecía que iba a malgastar mi existencia e incluso veían mi opción como una postura cómoda y egoísta. Me alejaba y así me desentendía de la problemática del mundo.

No entendían nada. Ellos no comprendían que la vida contemplativa está por encima de las categorías del “ser útil” y “del servir para”. La contemplativa busca solo a Dios. Su secreto está en vivir solo para Dios, no desear más que a Dios, no poseer más que a Dios. Solo quien considera a Dios como valor supremo puede entender esta vida de consagración.

Descubrí muy pronto un texto de Isaías que me pareció que condensaba lo que intuía yo que era la vocación contemplativa, que iluminaba mi vocación. Decía: “Sobre las murallas de Jerusalén he colocado centinelas, nunca callan ni de noche ni de día. Vosotros los que se lo recordáis a Yavhé, no le deis descanso hasta que restablezca a Jerusalén para gloria de la tierra”.

Me veía como un centinela que permanece día y noche con los brazos y el corazón levantados hacia Dios intercediendo por mis hermanos que cargan sobre sus hombros la difícil tarea de llevar el evangelio a todas las gentes. 3 Mi misión sería recordar a Dios que vuelva su rostro misericordioso sobre sus hijos, que mire a esta pobre humanidad enferma con la misma mirada de ternura y misericordia con la que miró a la mujer adúltera, con la que acogió a María Magdalena, al hijo pródigo.

Sí, mi misión es la oración. Y es en esa oración callada y silenciosa donde descubro mi propio corazón como el lugar más necesitado al que llevar la Buena Noticia pues en él hay muchas zonas paganas, sin convertir que necesitan primeramente ser evangelizadas. Y desde ahí la universalidad, la solidaridad, la comunión con todos los hombres.

Es en la contemplación amorosa y callada de ese Dios bueno que ama a todos los hombres y quiere que todos los hombres se salven, donde se aviva mi deseo de que Dios sea conocido y amado por todos.

Es a los pies de mi Señor donde voy dejando que el Espíritu vaya moldeando mi corazón, sacándolo de mi egoísmo, vaciándolo de mí misma, de mis pequeñas preocupaciones e intereses, para que sea un corazón para los demás, un corazón universal, un corazón amante, abierto a las necesidades de los hombres, un corazón misericordioso, misionero, enamorado de Jesucristo.

Es en la comunicación con Dios donde dispongo mi corazón, lo abro a la voluntad del Padre y acojo su amor compasivo para hacerlo presente a través de mi vida. Donde descubro el corazón misericordioso de Cristo a quien se le conmovían las entrañas ante el dolor y el sufrimiento del hombre y le pido que convierta mi corazón de piedra en un corazón de carne, misericordioso, lleno de ternura y compasión que vibre con el sufrimiento de todo ser humano.

El corazón de una contemplativa debe dolerse del pecado del mundo, del olvido de Dios, de la indiferencia hacia lo religioso, del abandono de la fe, de las situaciones injustas de hambre, opresión, marginación, guerras injustas en las que mueren muchas víctimas inocentes, en las que los intereses económicos y políticos están por encima de las vidas de las personas. Ante tanta injusticia la contemplativa no puede quedar indiferente, cerrada en su mundo pequeño y limitado. Tiene el deber de conocer la realidad, de concienciarse de la situación y de orar con insistencia al Dios de la vida para que su Reino de justicia, paz, libertad, amor se haga realidad entre los hombres.

Puedo aseguraros que cuanto más voy ahondando en el Misterio de Dios, cuando más voy conociendo a Jesucristo mayor es mi deseo de que la Buena Noticia, el amor de Dios llegue a todos los hombres.

Yo, ciertamente, no puedo llegar a los necesitados con mis propias manos, no puedo llevarles el evangelio con mis labios, no puedo estar físicamente junto a los que sufren...Y siento, a veces, el límite y la impotencia humana pero tengo la certeza absoluta de que el Espíritu que me habita extiende mi oración a toda la humanidad, lo remoto lo hace cercano. Todo sufrimiento y necesidad se hacen cercanos. Y es que el que ora bajo la acción del Espíritu todo lo tiene al alcance de su mano, desde Dios.

Cuando se ha llegado a experimentar el amor de Dios, cuando se ha hecho en la propia vida una fuerte experiencia de salvación, cuando se ha experimentado en la propia carne que vivir de espaldas a Dios hace daño, cuando se ha sentido a Dios como gracia liberadora, cuando te has sentido amada, acogida, perdonada incondicionalmente no puedes permanecer callada, se siente una necesidad imperiosa de decir a todos que Dios es bueno, que a pesar de nuestro pecado Él nos ama y nos acoge, que Dios no oprime sino que libera, que creer en Él hace bien, que encontrarse con Él es una suerte. Que Dios no quiere la muerte sino que es amigo de la vida, que quiere la felicidad y la dicha de sus criaturas. Que Dios no puede ni sabe hacer otra cosa que amar a sus hijos porque Dios es Amor.

Con la oración litúrgica a la que dedico una gran parte de mi jornada alabando, glorificando, adorando a mi Señor, contribuyo a la salvación de los hombres orando en nombre de la Iglesia por todas las necesidades del mundo.

La recitación de los salmos me acerca de un modo privilegiado a los gozos, sufrimientos y anhelos de mis hermanos, los hombres. Allí encuentro todas las situaciones existenciales por las que pasa todo ser humano. Allí presto mi voz a los que no tienen voz, allí suplico por los pobres, con los pequeños, alabo y bendigo a Dios, le doy gracias porque es grande su amor porque su misericordia es eterna.

La monja contemplativa evangeliza, no por lo que hace, sino por lo que es. Más que decir tiene que ser. Ser con su testimonio de vida evangelio viviente. Y serlo primeramente para sus hermanas de comunidad que son a las que tiene más cerca, con la gente que la rodea y con todos aquellos con los que entra en contacto. Ser buena, acoger, perdonar, comprender, tolerar. Jesús no solo anunciaba que Dios es bueno sino que Él era bueno con todos. No solo decía que el Padre era compasivo y misericordioso sino que El mismo acogía y perdonaba a los pecadores, los acogía y se sentaba con ellos a su mesa.

Pablo VI decía que “el testimonio es un elemento esencial, en general el primero absolutamente en la evangelización pues constituye ya de por sí una proclamación silenciosa, pero también muy clara y eficaz, de la Buena Nueva”.

Yo creo que la fuerza de la evangelización de una contemplativa está en irradiar la contemplación. Contemplación que es sabiduría amorosa de Dios, ciencia de amor que decía san Juan de la Cruz. Esa sabiduría amorosa de Dios es la que tenemos que sugerir, hacer presente a los hombres.

Creo que ha quedado claro la unión que debe existir entre oración y misión. Ninguno de nosotros podemos renunciar a estas dos dimensiones fundamentales aunque nos parezca que nuestra oración es pobre, aunque no veamos sus frutos. Tampoco debemos refugiarnos en nuestros pequeños intereses, hay que salir de todo intimismo, de todo espiritualismo que nos encierre en nosotros mismos y tomarnos el serio el mandato de Jesús de ir a predicar la Buena Noticia del Evangelio por todo el mundo sin caer, por supuesto, en un activismo frenético que no nos deje tiempo para estar a los pies del Señor, escuchando su Palabra, acogiendo su vida.

Me ha parecido oportuno terminar este sencillo testimonio con una oración que deja bien patente el lugar que ocupan mis hermanos, los hombres, en la oración de una monja contemplativa, que refleja la unión que debe existir siempre entre oración y misión.

Estar ante Ti, Señor, y ya está todo.
Cerrar los ojos de mi cuerpo, de mi alma y,
quedarme inmóvil, silenciosa.

Abrirme ante Ti, que estás abierto a mí.
Estar presente a Ti, el Infinito presente.

Acepto, Señor, este no sentir nada,
no ver nada, no oír nada,
vacía de toda idea,
de toda imagen en la noche.

Heme aquí para encontrarte sin obstáculos,
en el silencio de la fe, ante Ti, Señor.
Pero, Señor, no estoy sola,
ya no puedo volver a estar sola,
soy multitud, Señor,
Pues los hombres me habitan.

Los he encontrado y me han penetrado,
se han instalado en mí, me han atormentado,
me han traído problemas, me han comido y,
yo los he dejado, Señor, para que ellos se alimenten y descansen.

Y ahora te los traigo al presentarme aquí, ante Ti,
Heme aquí, Señor, Helos aquí, ante Ti, Señor.

Hermana María Pilar Tejada Miravalles
Palacios de Benaver (Burgos)