Rincones de silencio

Programa de Radio María “El Pozo de Sicar”
Espacio quincenal “Rincones de Silencio” Nº 2 - Palacios de Benaver (Burgos)

Buenas Noches, Amigos seguidores del Pozo de Sicar, guiados por Don Raúl Muelas.

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A su invitación a colaborar en el mismo, correspondo con este breve espacio que llamamos “Rincones de Silencio”, trasladándonos en esta segunda quincena de octubre a un pueblecito burgalés, en la franja central de su provincia, conocido como Palacios de Benaver. Podemos llegar hasta este rincón de silencio, siguiendo la autovía de la Meseta hasta la villa de Osorno la Mayor, y tomando en ella la autovía trasversal del Camino de Santiago hasta Olmillos de Sasamón, continuaremos por la carretera nacional 120 hasta sobrepasar Villanueva de Argaño y seguir el desvío señalizado hacia Palacios que duerme en un verde rincón de la meseta castellana en donde se escucha el silencio día y noche.

Su nombre hace sin duda referencia al monasterio viviente de Monjas Benedictinas dedicado a San Salvador y que celebra su fiesta el día seis de agosto, en memoria de la profanación de aquel sagrado lugar en esa fecha del año 834 por el caudillo árabe Zefa, mediante el saqueo del monasterio y la violación y asesinato de todas sus monjas. Un cuadro sobre tabla, adosado siglos más tarde en el ábside junto al retablo mayor de su Iglesia abacial, alude a la leyenda sobre aquel luctuoso episodio, añadiendo el autor anónimo del mismo, un rasgo de fealdad en los rostros de aquellas religiosas, como para espantar ingenuamente la tortura y el escarnio que se avecinaba.Los ayes y lamentos de aquella brutal matanza indiscriminada, envueltos en salmodias gregorianas, dejaron su eco en la hondonada del Valle que riega el riachuelo Ruyales teñido entonces de sangre, y el silencio que siguió a la destrucción del primitivo monasterio castellano, sigue escuchándose ante la mirada, penetrante y cálida, piadosa y fascinante del Cristo de los Ojos Grandes que alberga la Iglesia monacal como su joya más preciada.

Relata la grande Historia que ciento cincuenta años más tarde de aquella tragedia, el conde García Fernández, primogénito de Fernán González, reedificó el ruinoso y abandonado Monasterio, convirtiéndolo en nuevo Palacio para cobijo de una nueva Comunidad de monjas bajo la guía de su hija Urraca como primera Abadesa.

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Y la tradición del contorno añade, que de entre las ruinas reedificadas, hallaron la imagen de un Cristo Crucificado, de gran tamaño y tallado con maestría sin igual en noble madera, al que llaman desde entonces el Cristo de los Ojos Grandes. La Cruz, asimismo monumental que lo sostiene y justo en el dorsal de su crucero, marca su “adeene milenario” con una pintura en blanco del caballo del Apocalipsis con pezuñas de cordero, muy propia de las miniaturas de los Beatos del siglo XI.

Y desde cualquier rincón de aquel templo de doble ábside, limpio como una patena recién estrenada y mejor aún, sentado frente al Crucificado, te llega junto con su mirada, mirada serena, sonriente, como de triunfo ante la muerte; mirada, profunda e inquietante, la invitación a escuchar el silencio de su palabra: “Venid a mi todos cuantos estáis cansados y agobiados que Yo os aliviaré

SI! Venid a mi todos cuantos os sentís disgustados, deprimidos, enfadados, perseguidos, decepcionados, desfallecidos, indefensos y ofendidos, humillados y entristecidos, lastimados y doloridos, angustiados, llagados y heridos por dentro y por fuera, que en mi encontraréis consuelo y alivio.!!!

Escuchándolo están a su lado, en lujosa sepultura de nogal, la noble familia Manrique de Lara- el padre García, Teresa la madre y el hijo Pedro- restauradores del Monasterio en el siglo XIV.

Escuchándolo está, una docena de monjas Benedictinas, contemplando su mirada, mientras recitan el Oficio mañanero y vespertino.

A escucharle llega algún que otro “peregrino de Santiago” que intuyendo el misterio del Cristo de los Ojos Grandes, se desvía de la senda jacobea no lejana.

Acércate tú también viajero que sales de la ciudad de Burgos o hacia ella te diriges. Entra en esta bella Iglesia monacal, inundada de la luz que desprende la cara del Cristo de los ojos grandes y acurrucado como discípulo ante el maestro, “mira, admira, contempla, escucha y calla”.

Y mientras vuelves a tu destino, irás entendiendo el silencio de todo lo que aquellos ojos grandes del Cristo de Palacios de Benaver, vieron a lo largo de los siglos.

Hasta la próxima ruta.