Jueves Santo
Juan 13, 1-15
Hoy, Jesús, con el gesto de quitarse el manto y ceñirse la toalla, rehace la encarnación: se despoja de su rango, se abaja, se hace siervo siendo de condición divina. Este es el marco en el que el evangelista Juan sitúa la primera Eucaristía: un marco de servicio, de entrega, de abajamiento. El pan que Jesús reparte no es el pan que tiene, no es lo que tiene; reparte lo que es: se reparte. No reúne a sus discípulos para repartir la herencia de sus bienes. Los reúne para repartirse como único bien. Para poder repartirse hace falta hacerse poco, bajarse de los pedestales en los que, a veces, nos subimos. En el evangelio todo queda trastocado: se da la vuelta todo. Son llamados bienaventurados los que lloran; son “señores” los que sirven. Pedro es llamado al orden: “O te dejas lavar los pies o no tienes parte conmigo”.
Quizás estas resistencias que tenemos a que la otra se haga pequeña delante de nosotras y nos sirva es reflejo de las resistencias que tenemos a hacernos nosotras pequeñas. El hecho de contemplar al Señor haciéndose siervo es una continua denuncia a nuestros modos de proceder como “señores”. Hoy queda establecido para los seguidores de Jesús que “lo que él hizo no es un ejemplo que nos dio; es una norma de comportamiento que inauguró”: para que lo que yo he hecho con vosotros, también lo hagáis. Ser seguidoras de Jesús conlleva un comportamiento de lavar y de dejarnos lavar los pies unas a otras. No lo olvidemos.