Jesucristo, Rey del Universo - A
Mateo 25, 31-46
Celebramos a Cristo Rey. Pero tenemos que preguntarnos: ¿Qué clase de Rey es este en quien creemos y a quien seguimos? Ezequiel no lo presenta como un caudillo guerrero, o como un rico poderoso, sino como un pastor solícito del bien de sus ovejas. Sobre todo, dedicado a las ovejas que se descarrían o corren peligros o están heridas.
El Dios del que habla Ezequiel es juez, pero es a la vez pastor, guía, médico y liberador. Lo mismo hace el salmo responsorial que nos habla del amor y la misericordia de nuestro Dios y Pastor.
Jesús nunca entendió su Reino como un privilegio, no buscó poder político, ni prestigio social, ni fuerza militar ni riquezas. Sus credenciales las proclamamos en el prefacio del día: “el reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor, la paz”. Nuestro Rey se entregó por nosotros en la cruz, mostrándonos que sólo el amor y la entrega pueden salvar al mundo.
Sus seguidores, nosotras, tendremos que aprender de él esta lección. Nuestra actitud no debe de ser de dominio, sino de servicio. En nosotras también debe cumplirse aquello de que “servir es reinar”.
Hermanas, al final de nuestra vida seremos examinadas en el amor y un amor concreto. La materia para este examen no va a ser las palabras sino las obras. Ya nos había avisado cuando nos dijo: “No todo el que me diga Señor, Señor, entrará en el Reino… sino el que haga…” En el fondo son las obras de misericordia las que deciden.
Podría ponernos otras preguntas de examen: si hemos rezado mucho, si hemos asistido fielmente al Oficio divino, si hemos vivido la observancia, si hemos trabajado mucho, si hemos hecho mucha penitencia, si hemos rezado todos los días el rosario. No, el examen se decidirá por lo que hayamos hecho, si hemos sabido imitar la actitud de entrega y caridad y servicio de Jesús.
Las obras que nos pide son exactamente las que él hizo en su vida pública, él fue el buen samaritano que pasó por la vida, curando, perdonando, amando. Él tuvo una especial predilección por los más pequeños, los pobres, los marginados.
Lo que hagamos con esas personas o lo que hayamos dejado de hacer, se lo hemos hecho o hemos dejado de hacer a Jesús. La pregunta final será: ¿Hemos amado, hemos descubierto a Jesús en la persona de las hermanas, de los pobres, de los hambrientos, sedientos, en los enfermos? Resulta que Jesús estaba durante todo el tiempo aquí cerca, en la persona de nuestras hermanas. Los que no lo hayamos descubierto iremos a la izquierda con las cabras, y los que lo hayamos descubierto y hayamos amado iremos a la derecha. Con razón se ha dicho que este evangelio es muy duro, que es una de las páginas que más nos incomodan. No podemos al final poner cara de extrañadas, como que no lo sabíamos, nos lo ha avisado el mismo Jesús