Domingo Cuarto Adviento - C
Después del anuncio del ángel, María, portadora de Cristo y movida por la caridad, se pone en camino, va corriendo para ayudar a su prima Isabel, quien se encuentra en avanzado estado de gravidez, y para compartir con ella la Buena Nueva que le ha comunicado el ángel. Su fe inquebrantable, su fiarse de Dios, se traduce en servicio desde la escucha atenta de las necesidades ajenas. Por eso, Dios la ha elegido como madre de su Hijo. Y el servicio de María a Isabel empieza con el anuncio de la salvación: Isabel quedó llena del Espíritu Santo y el niño que llevaba en su seno saltó de gozo.
María llevaba a Dios en su seno y Dios mismo entraba en su casa gracias a la visita de María. Isabel, embarazada de seis meses, se estremece en su cuerpo al escuchar el saludo de María. Todo el cuerpo de Isabel vibra al escuchar las primeras palabras de María. Isabel no solo reconoce a su prima María, sino que reconoció en el saludo a la madre de su Señor. Por eso Isabel, llena del Espíritu Santo, exclama con humildad: ¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme?(v.43). Isabel se hace la pregunta: ¿Por qué me ha acontecido esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí? Ella no se cree digna de la visita de María. Isabel también es testigo de la acción de Dios, es receptora de la ayuda de María, pero, sobre todo, sabe leer en los acontecimientos cotidianos la acción poderosa y amorosa de Dios. Su hijo, que será conocido como Juan el Bautista, saltó de alegría en su vientre. María a donde va, lleva la alegría, lleva a Jesús.
El evangelio de hoy nos enseña que la fe no es tanto creer unas cuantas verdades cuanto ofrecernos a Dios para hacer su voluntad. Es la gran enseñanza que hoy nos ofrece María, modelo del creyente. El evangelio nos recuerda que Dios nos necesita, que cuenta con nuestra colaboración para llevar a cabo su proyecto de salvación, aunque nos creamos insignificantes, pero al igual que María, necesitamos la fe; sin la fe nadie se compromete en el proyecto de Dios.
Que María nos enseñe a creer y que nos enseñe también a ver a Dios en lo pequeño y en lo humilde, aunque esté envuelto en pañales. Pidámosle que nos ayude a preparar la Navidad centrándonos en lo esencial y poniendo en un segundo plano lo secundario.