Domingo 4 - C
Jesús está en la Sinagoga de su pueblo, donde lo dejamos la semana pasada. Es sábado. Ha ido a participar de la celebración de su comunidad. Jesús toma el libro y lee al profeta Isaías que habla de que el Mesías ha venido a anunciar la Buena Noticia a los pobres. Y, Jesús hace la homilía más corta que se conoce: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír” Jesús acaba de aplicarse las palabras del profeta a sí mismo.
La primera reacción de la gente que allí está es de aprobación y admiración. “Todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios” Pero, la admiración dura poco. Enseguida surgen las dudas, primero sobre su procedencia: “¿No es este el hijo de José? Y, Jesús dirá que “nadie es profeta es tu tierra”.
Sin embargo, las dificultades mayores vienen cuando Jesús anuncia la universalidad del mensaje de Dios, La Buena Noticia de Dios es para todas las personas, para los israelitas (el pueblo escogido de Dios), y, también para los paganos, para los que no son religiosos, para los buenos y para los malos, pero con una llamada común a cambiar de vida, a la conversión. Y les pone como ejemplo dos personas paganas, la viuda de Sarepta y Naamán.
Los paisanos de Jesús se revelan ante esto, porque ellos son los “elegidos”, y no otros, y mucho menos unos paganos que, además, viven marginados de la sociedad: una por ser viuda, y por tanto, pobre; y el otro por su enfermedad de la lepra.
Es el primer fracaso de Jesús al iniciar su vida pública. Pronto pudo ver Jesús lo que podía esperar de su propio pueblo. Los evangelistas no han querido ocultarnos la resistencia, el escándalo y la contradicción que encontró, incluso en los ambientes más cercanos.
Su actuación libre y liberadora resultaba demasiado molesta. Su actuación ponía en peligro demasiados intereses. Jesús lo sabe desde el inicio de su actividad profética.
Los creyentes no lo debemos olvidar. No se puede seguir fielmente a Jesús y no provocar, de alguna manera, la crítica y hasta el rechazo de quienes , por diversos motivos, no pueden estar de acuerdo con un planteamiento evangélico de vida.
Nos resulta difícil vivir contra corriente. Nos da miedo ser diferente. Se necesita mucho coraje para ser fieles a las propias conviciones.
“Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba” ¡Qué triste y qué humano es este comportamiento de los paisanos de Jesús! No supieron ver a Jesús como al Cristo, al Ungido, como aquel en el que se había posado el Espíritu de Dios; sólo lo supieron ver como a un famoso hijo de su pueblo, como “al hijo de José”.
Que el Espíritu ilumine los ojos de nuestro corazón para saber descubrir a Jesús en las personas, en la vida, en os acontecimientos de la historia.