Domingo 32 - B 2024

domingo 32 b 2024Marcos 12, 38-44

El evangelio de hoy recuerda la figura de las viudas (Mc 12, 28-44). Jesús ridiculiza la vanidad de la que hacen gala los escribas. Y denuncia la voracidad con la que tratan de adueñarse de los bienes de las viudas, aparentando hacer largas oraciones. Al pecado de orgullo, los escribas unen la injusticia y la impiedad.

La Palabra de Dios nos muestra dos caminos opuestos, dos actitudes contrapuestas en el seguimiento de Jesús. Ambas se encarnan en los dos personajes que Marcos nos ofrece: los escribas y la viuda pobre.

En primer lugar desenmascara la hipocresía y la falsedad de los maestros de la Ley que con sus actitudes y comportamientos han pervertido la práctica de la religión auténtica. Su piedad es una mentira delante de Dios: conocen la Escritura, sí, pero se aprovechan de ella para provecho personal, frecuenta asiduamente la sinagoga pero su corazón está lejos de la justicia y la humildad, hacen oraciones para ser vistos y alabados por los otros.

Y es una mentira delante de los hombres: se preocupan solo de lo exterior, pues gustan de vestirse con amplios ropajes para ser tenidos como importantes, buscan que su valor sea reconocido por los demás, y lo peor es que se aprovechan de los bienes de los pobres para sus propios intereses.

La viuda, el huérfano y el forastero, eran figuras bíblicas que representaban a los pobres y desvalidos, objeto del amor providente de Dios que los defiende y les hace justicia frente al opresor.

Estando Jesús en el templo observaba a la gente echando limosnas. Muchos ricos echaban grandes cantidades pero a Jesús no le impresiona esto, sino el gesto de una pobre viuda echando dos reales, la moneda más pequeña que circulaba por entonces. Echó todo lo que tenía para vivir. En esta viuda vio Jesús el signo de la entrega personal de una mujer creyente.

Como en otras ocasiones, Jesús aprovecha la ocasión para ofrecer una enseñanza a sus discípulos: la pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Pero ¿cuál es el criterio para esa evaluación?

• “Los demás han echado de lo que les sobra”. Aun siendo fuerte, la cantidad depositada por los ricos no ponía en riesgo su comodidad y menos aún sus vidas. Los donantes seguían controlando su propia seguridad y confiando en sí mismos.

• La viuda pobre “ha echado todo lo que tenía para vivir”. Aun siendo escasa, la ofrenda de la pobre viuda significaba despojarse de toda seguridad razonable y poner toda su confianza en la providencia del Señor.

La alabanza de Jesús es aleccionadora. Nos enseña que sólo quien es verdaderamente pobre da todo lo que es y posee, pues sólo el pobre se entrega totalmente a Dios y vive con gozo la gratuidad del amor porque no se siente dueño de nada, ni se apega a nada.

A la luz de la Palabra deberíamos examinarnos para ver cómo es nuestro corazón, si en él anida la generosidad o la tacañería, para ver si entregamos lo mejor de nosotras mismas en gratuidad, desinteresadamente, sin esperar reconocimiento ni recompensa, para ver si actuamos movidas por el deber o por generosidad sin límites, entregando todo lo que somos y tenemos para gloria de Dios y para el bien de la humanidad.

No es lo mucho o lo poco que se dé, lo mucho o lo poco que se haga, lo mucho o lo poco que se entregue una… es hacerlo todo desde el sentido de la entrega sin guardarse nada para una misma, sin dobleces ni egoísmos escondidos… sin vanidades ni falsas autoimágenes, dar todo lo que una es, todo lo que una tiene, mucho o poco, pero lo que una es… en la verdad. La generosidad sólo será real, cuando se hace sin que se note… El verdadero sacrificio agradable a Dios no consiste en dar lo que tenemos, sino en dar nuestras propias vidas.

Nosotras hablamos de los pobres desde lejos. No somos pobres. No tenemos espíritu de pobres. No confiamos en Dios como han de confiar los pobres. Lo que le entregamos no pone en riesgo nuestra seguridad ni disminuye la confianza que depositamos en los bienes. Necesitamos entregarnos a Dios con mayor sinceridad. Vamos a pedir al Señor la actitud de la pobre viuda, la de la grandeza de corazón pues Dios recompensa con largueza la generosidad del que sabe compartir, del que da lo poco o mucho que tiene.