Domingo 26 - C 2025
El evangelio de hoy nos presenta una parábola exigente y conmovedora: el rico que vivía en la abundancia y el pobre Lázaro que yacía a la puerta de su casa. El rico, rodeado de lujos y banquetes, nunca maltrató a Lázaro, simplemente lo ignoró. Y esa indiferencia fue su pecado: no ver al otro, cerrar los ojos al sufrimiento que tenía tan cerca.
Al morir, se produce la gran inversión: Lázaro es consolado en el seno de Abraham, y el rico acaba en el tormento. Así es la lógica del Reino: lo que el mundo valora —lujo, poder, prestigio— carece de peso en el cielo. Lo que vale es el amor, la misericordia, la solidaridad.
Jesús nos recuerda que el tiempo de la conversión es ahora. No hacen falta milagros ni señales extraordinarias: ya tenemos la Palabra de Dios, ya sabemos lo que es justo. Si no escuchamos hoy, tampoco lo haríamos aunque viéramos un muerto resucitar.
Este evangelio nos invita a preguntarnos: ¿a qué “Lázaros” estamos ignorando en nuestra casa, en nuestro barrio, en nuestra comunidad? Puede ser el pobre material, pero también el anciano solo, el enfermo, el joven que busca apoyo. No siempre podemos resolverlo todo, pero siempre podemos dar cercanía, tiempo y amor.
El abismo que separó al rico de Lázaro en la otra vida es reflejo del muro que él mismo levantó en esta. La buena noticia es que todavía estamos a tiempo de derribar esos abismos. Hoy podemos tender puentes, abrir el corazón y compartir. No dejemos para mañana el bien que podemos hacer hoy, porque mañana podría ser tarde.
Pidamos al Señor que nos dé ojos para ver y corazón para sentir, y que nos libre de la indiferencia que mata el amor.