Vida contemplativa y evangelización

04 vida contemplativa
La evangelización es la misión esencial de la Iglesia. Todos los cristianos estamos llamados a evangelizar. A todos, se nos ha encomendado la tarea de anunciar la Buena Noticia de Jesús a todos los hombres, de llevar el amor de Dios a todos los corazones.

Por vocación todos los seguidores de Cristo estamos llamados a estar con Él y a todos se nos ha encomendado la tarea de anunciar el Evangelio. Marcos, en su Evangelio, nos dice que “Jesús los llamó para que estuvieran con Él y para enviarles a predicar” Así pues, también las contemplativas tenemos una vocación evangelizadora propia, un potencial evangelizador.

La vida contemplativa y, en especial la vida benedictina, puede llevar a cabo su acción evangelizadora por tres cauces: el servicio de la oración, el testimonio de vida y la acogida.

Evangelizar, no es otra cosa, sino hacer visible y diáfana la Buena Noticia que hemos recibido. Cada una debemos de escuchar en nuestro interior la llamada a evangelizar. Es una llamada que exige una respuesta propia, nadie puede responder en nombre nuestro. Nuestra respuesta es insustituible. Si falta, siempre le faltará a la Iglesia ese potencial evangelizador que sólo la contemplación puede aportar. Tenemos que sentirnos portadoras activas de la evangelización.

Esta llamada a evangelizar no la tenemos que escuchar desde fuera, sino en el interior mismo de la oración, en la escucha a ese Dios que está llamando a todos los hombres a vivir de su amor. Es en la contemplación de ese Dios bueno que ama a todos los hombres y quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, donde se ha despertar en nosotras el deseo, la seducción, por llevar la Buena Noticia de Dios a todos. Es la misma contemplación la que os remite y envía hacia los hombres como destinatarios de la bondad y ternura de Dios.

La evangelización no puede por menos que estar unida a la contemplación. Quien se acerca y conoce a Cristo, quien se ha encontrado con Él, tiene necesariamente que comunicar la buena noticia a sus hermanos, no puede guardar este tesoro para sí. Se siente urgido a proclamar con la vida el amor de Dios. Andrés, después de haberse encontrado con Jesús, sintió la necesidad de comunicar a su hermano Pedro que había encontrado al Mesías y le llevó hasta Él.

No hay evangelización sin vida de oración. Estoy convencida que una evangelización que se sostenga solo en el esfuerzo, en el trabajo, en la actividad, aunque sea muy intensa, resulta estéril, infecunda. Tiene que estar siempre sostenida y alentada por la oración que es la que va preparando el terreno y abriendo los corazones para que la semilla caiga en buena tierra y dé abundantes frutos.

La oración es la que sostiene y fortalece en los momentos de desánimo y dificultad, es la que alienta la esperanza, es la que ilumina cuando todo se hace oscuro, es la que fortalece la fe y hace crecer el amor.

Y una contemplación que no nazca del amor y que no remita y envíe hacia los hombres, que no se haga presente a todos los seres humanos que sufren hoy en el mundo no será auténtica ni evangelizará.

El haber optado por una vida de soledad y retiro, de distanciamiento físico del mundo, no nos puede llevar nunca a desentendernos de los hermanos, ni a olvidarnos de sus luchas y anhelos. La contemplación no supone olvido de la historia, ni evasión de la problemática del mundo. Al contrario. Es imposible contemplar a Dios como Padre, ahondar en su paternidad, sentirnos hijas de Dios, sin vivir la fraternidad, sin pensar en todos sus hijos, sin amar sus vidas, sin compartir sus sufrimientos.

Hemos de entender bien la acción evangelizadora de la contemplativa. La monja no está delante del mundo ni vive para el mundo. Está delante de Dios y vive para Dios. Nuestra misión no es predicar, ni transformar el mundo, ni hacer muchas cosas sino ser para Dios, alabar, bendecir, adorar a mi Señor, interceder por todos los hombres para que Reino se haga realidad. Nuestro deseo tiene que ser que el Reino sea la meta de nuestra entrega, la única pasión que anime nuestra vida como lo fue la de Jesús.

La comunidad contemplativa evangeliza, no por lo que hace, sino por lo que es. Nuestra evangelización es siempre expansión, comunicación, irradiación de nuestro propio ser de contemplativas. Lo más profundo y propio de nuestra evangelización es mostrar a los hombres la esencia, la sustancia, la belleza de la contemplación.
Ahora bien, de esa contemplación fluye como algo espontáneo y natural la comunicación de Dios a los demás. Eso que dice la tradición cristiana: “contemplata aliis tradere”, comunicar a otros lo contemplado.

El texto de Isaías me parece que expresa lo que es la vocación de una contemplativa. Dice: “Sobre las murallas de Jerusalén he colocado centinelas, nunca callan ni de noche ni de día. Vosotros los que se lo recordáis a Yavhé, no le deis descanso hasta que restablezca a Jerusalén para gloria de la tierra”.

Esto es lo que debe de ser una contemplativa, un centinela que permanece día y noche con los brazos y el corazón levantados hacia Dios intercediendo por sus hermanos que cargan sobre sus hombros la difícil tarea de llevar el evangelio a todas las gentes. Nuestra misión será recordar a Dios que vuelva su rostro misericordioso sobre sus hijos, e hijas; que mire a esta pobre humanidad enferma con la misma mirada de ternura y misericordia con la que miró a la mujer adúltera, con la que acogió a María Magdalena, al hijo pródigo, con la que nos acoge cada día a nosotras..

Sí, es uno de los elementos que identifican nuestra vida. Y es en esa oración callada y silenciosa es donde descubrimos nuestros propios corazones como el lugar más necesitado al que llevar la Buena Noticia pues en él hay muchas zonas paganas, sin convertir que necesitan primeramente ser evangelizadas. Y desde ahí la universalidad, la solidaridad, la comunión con todos los hombres.

Es en la contemplación amorosa y callada de ese Dios bueno que ama a todos los hombres y quiere que todos los hombres se salven, donde se aviva nuestro deseo de que Dios sea conocido y amado por todos.

Es a los pies del Señor donde debemos de ir dejando que el Espíritu vaya moldeando nuestro corazón, sacándolo de nuestro egoísmo, vaciándolo de nosotras mismas, de nuestras pequeñas preocupaciones e intereses, para que sea un corazón para los demás, un corazón universal, un corazón amante, abierto a las necesidades de los hombres, un corazón misericordioso, misionero, enamorado de Jesucristo.

Es en la comunicación con Dios donde debemos disponer nuestro corazón, abrirlo a la voluntad del Padre y acoger su amor compasivo para hacerlo presente a través de nuestra vida. Donde descubrimos el corazón misericordioso de Cristo a quien se le conmovían las entrañas ante el dolor y el sufrimiento del hombre y le debemos de pedir que convierta nuestros corazones de piedra en un corazón de carne, misericordioso, lleno de ternura y compasión que vibre con el sufrimiento de todo ser humano.

 El corazón de una contemplativa debe dolerse del pecado del mundo, del olvido de Dios, de la indiferencia hacia lo religioso, del abandono de la fe, de las situaciones injustas de hambre, opresión, marginación, guerras injustas en las que mueren muchas víctimas inocentes, en las que los intereses económicos y políticos están por encima de las vidas de las personas. Ante tanta injusticia no podemos quedar indiferentes, cerradas en nuestro mundo pequeño y limitado. Tenemos el deber de conocer la realidad, de concienciarnos de la situación y de orar con insistencia al Dios de la vida para que su Reino de justicia, paz, libertad, amor se haga realidad entre los hombres.

Los contemplativos elevan su súplica apremiante al dador de todo bien, a fin de que descienda sobre todos el Espíritu de amor y de perdón, de la concordia y de la paz: El mundo tiene necesidad de vuestras manos piadosas que se eleven al cielo para implorar la paz”. (Juan Pablo II a las monjas de clausura de Asís)

Cuanto más se va ahondando en el Misterio de Dios, cuando más se va conociendo a Jesús mayor tiene que ser nuestro deseo de que la Buena Noticia, el amor de Dios llegue a todos los hombres.

Nosotras, ciertamente, no puedo llegar a los necesitados con nuestras propias manos, no podemos llevarles el evangelio con nuestros labios, no podemos estar físicamente junto a los que sufren, pero el Espíritu que nos habita, extiende nuestra oración a toda la humanidad, lo remoto lo hace cercano. Todo sufrimiento y necesidad se hacen cercanos. Y es que el que ora bajo la acción del Espíritu todo lo tiene al alcance de su mano, desde Dios.

Cuando se llega a experimentar el amor de Dios, cuando una se ha sentido salvada, redimida, cuando se ha sentido a Dios como gracia liberadora, cuando te has sentido amada, acogida, perdonada incondicionalmente no puedes permanecer callada, se siente una necesidad imperiosa de decir a todos que Dios es bueno, que a pesar de nuestro pecado Él nos ama y nos acoge, que Dios no oprime sino que libera, que creer en Él hace bien, que encontrarse con Él es una suerte. Que Dios no quiere la muerte sino que es amigo de la vida, que quiere la felicidad y la dicha de sus criaturas. Que Dios no puede ni sabe hacer otra cosa que amar a sus hijos porque Dios es Amor. Este Dios es el que tenemos que testimoniar.

Con la oración litúrgica a la que dedicamos una gran parte de nuestra jornada alabando, glorificando, adorando al Señor, contribuimos a la salvación de los hombres orando en nombre de la Iglesia por todas las necesidades del mundo. La recitación de los salmos nos acerca de un modo privilegiado a los gozos, sufrimientos y anhelos de nuestros hermanos, los hombres. En los salmos encontramos todas las situaciones existenciales por las que pasa todo ser humano. Allí prestamos nuestras voces a los que no tienen voz, allí suplicamos por los pobres, con los pequeños, alabamos y bendecimos a Dios, le damos gracias porque es grande su amor porque su misericordia es eterna.

La monja contemplativa, he dicho antes, evangeliza, no por lo que hace, sino por lo que es. Más que decir tiene que ser. Ser con su testimonio de vida evangelio viviente. Benedicto XVI en su discurso a las religiosas en la JMJ, les a las religiosas: “vosotras sois exégesis del Evangelio”. Y serlo primeramente para sus hermanas de comunidad que son a las que tiene más cerca, con la gente que la rodea y con todos aquellos con los que entra en contacto. Ser buena, acoger, perdonar, comprender, tolerar. Jesús no solo anunciaba que Dios es bueno sino que Él era bueno con todos. No solo decía que el Padre era compasivo y misericordioso sino que El mismo acogía y perdonaba a los pecadores, los acogía y se sentaba con ellos a su mesa.

La fuerza de la evangelización de una contemplativa está en irradiar la contemplación. Contemplación que es sabiduría amorosa de Dios, ciencia de amor que decía san Juan de la Cruz. Esa sabiduría amorosa de Dios es la que tenemos que sugerir, hacer presente a los hombres.

La nueva evangelización hay que impulsarla en una sociedad que está de vuelta del cristianismo. Muchos han abandonado su fe porque no han encontrado en ella algo bueno. No tienen buen recuerdo de su experiencia religiosa. A veces se oye decir que el Dios que ellos han conocido no ha sido para ellos gracia liberadora, fuerza y alegría para vivir, principio de vida y esperanza. Al contrario, a algunos les queda el recuerdo de un Dios lejano, justiciero, que no deja ser ni disfrutar, alguien que hace la vida más dura y difícil de lo que ya es por sí misma. Y prescinden de Él.

Ante esta situación han de brotar en nosotras no pocas preguntas: Estos hombres y mujeres que abandonan la religión, ¿Ya no la necesitan?
¿Qué queda en ellos de esa fe que un día habitó en su corazón? ¿Se han cerrado para siempre al Dios vivo y verdadero de Jesucristo? ¿Cómo acercar a Dios a esas personas? ¿Qué podemos hacer para que Dios pueda ser experimentado como Buena Noticia?

Estas preguntas son las que pueden despertar en nosotras la vocación evangelizadora. La respuesta a estas preguntas no es fácil. Pero sí hay algo decisivo. La primera aportación que podemos hacer ha de ser la comunicación de Dios como buena noticia, ayudar a los hombres y mujeres de hoy a experimentar a Dios como amigo y salvador. Que puedan tener una experiencia nueva de Dios. Esto es lo más grande que podemos aportar hoy: la experiencia de un Dios amigo, cercano, el mejor amigo del ser humano.

Ahora bien, esto nos lleva a revisar el anuncio de Dios que difundimos desde la comunidad y el testimonio que damos de Él. En primer lugar, el anuncio, ¿Qué imagen de Dios tenemos? ¿qué imagen de Dios sale de nuestros labios? ¿De qué Dios hablamos? ¿Un Dios cercano al hombre o un Dios lejano, trascendente al que nos resulta muy difícil llegar? ¿Un Dios dictador o un Dios respetuoso con la libertad de toda persona? ¿Un Dios interesado o un Dios gratuito? También tenemos que revisar nuestro lenguaje sobre Dios. ¿Un lenguaje superficial, lleno de tópicos, o un lenguaje hondo, sobrio que nace de la experiencia?

Tenemos que tener una cercanía espiritual al hombre de hoy. No debe haber en nosotras miedo, rechazo, condena del hombre y la mujer de hoy. Si es así, difícilmente se despertará entre nosotras una dinámica evangelizadora. La evangelización brota siempre del amor. Sólo quien ama a los hombres y a las mujeres de hoy con sus problemas y conflictos, con sus contradicciones y miserias, con sus conquistas y sus fracasos, con sus anhelos y su pecado, será capaz de evangelizar. Una comunidad contemplativa que no sienta compasión y ternura por la muchedumbre como sentía Jesús, no evangelizará.
Dios ama apasionadamente al hombre de hoy. Lo entiende, lo acoge, lo perdona, quiere su salvación. ¡Qué misterio el de Dios!

Evangelizaremos, si sabemos acoger el amor de ese Dios, si miramos con simpatía inmensa a todo hombre y mujer, también a quienes caminan por la vida sin creer o indiferentes a Dios. Son hermanos nuestros, hijos de un mismo Padre. También en ellos está actuando el Espíritu. Todos caben en el corazón de Dios.

La contemplación nos tiene que hacer amigas de la humanidad. Amigas de quienes no aciertan a creer o a invocar. Sólo evangelizaremos si sabemos hacernos presentes con amor, desde la oración, a todos los seres humanos que sufren hoy en el mundo, si vivimos con el anhelo de salvación universal, si nos identificamos y compartimos la solicitud amorosa de Dios por todos y cada uno de los seres humanos.
Otra de las aportaciones que podemos hacer al hombre de hoy desde la vida contemplativa es la de enseñarles a orar. Este es uno de los grandes vacíos en la Iglesia actual, la falta de maestros de oración que sepan orientar desde su propia experiencia los caminos de la oración.
Nosotras no somos grandes maestras de oración, experimentadas en el arte de discernir espíritus, ni personas expertas en métodos y técnicas de oración. Simplemente se trata de comunicar a otros nuestra propia experiencia de oración.

Orar en definitiva es hablar de corazón a corazón con Dios. Hay actitudes fundamentales para la oración que el hombre de hoy sólo puede conocer junto a aquellos que tienen experiencia de oración. Por ejemplo: la búsqueda de silencio exterior y el aprendizaje del silencio interior; la sencillez en el trato con Dios; la confianza total en el Padre; la humildad y el sentido de la necesidad de Dios; el olvido progresivo del propio yo; la paciencia ante el ritmo misterioso de la acción de Dios, etc..

2. EL TESTIMONIO

El testimonio junto a la misión de intercesión, es uno de los cauces principales de la evangelización. Pablo VI decía que “el testimonio es un elemento esencial, en general el primero absolutamente en la evangelización pues constituye ya de por sí una proclamación silenciosa, pero también muy clara y eficaz, de la Buena Nueva “

La fuerza del testimonio sobre Dios está en la verdad de nuestra vida. Sólo la verdad puede atraer y convencer. Por muy hermosas que sean las palabras que se digamos en los locutorios, por muy bellas que sean las cartas que escribimos, si no hay verdad en nuestra vida, si se intuye en nosotras un especial apego a las criaturas, si se observa que no hay sed de Dios sino superficialidad, si no se aprecia a una comunidad que se ama, el testimonio de la comunidad se resiente. Esto no quiere decir que tengamos que ser perfectas. Sólo quiere decir que tenemos que ser humildes, y no tener la pretensión de ser ante los demás lo que no somos ante Dios.

Sólo el testimonio sencillo y humilde puede llevar hoy hacia Dios. Por eso, muchas veces, el testimonio no consistirá tanto en mostrar lo que se es, sino más bien lo que se aspira a ser. Más que testigos de Dios, tenemos que ser testigos del deseo de Dios.

La verdad del testimonio está en la verdad de la oración y la verdad de la oración está en la verdad de la vida. Nuestro testimonio hoy es un testimonio crucificado, sin belleza ni atractivo, como el testimonio del Crucificado.

Nuestra comunidad puede aparecer sin brillo ni atractivo humano, personas gastadas por la vida, personas mayores, condicionadas por las limitaciones de la edad y la falta de formación adecuada, sufriendo la pobreza de vocaciones y mirando el futuro con incertidumbre.

Pero la credibilidad del testimonio no está en el atractivo exterior, en la belleza de la liturgia, en el prestigio del monasterio. Lo decisivo, lo mismo que en la cruz, es el amor, la cercanía al ser humano, la ternura de Dios revelada a través de gestos sencillos y humildes.

Nuestros votos, vividos con autentici dad, son testimoniales. En una sociedad dominada por el bienestar y la idolatría del dinero, nosotras mostramos que es posible vivir desde una pobreza voluntaria y una austeridad sencilla, sin estar pendientes de la posesión de las cosas y sin caer en el consumismo alocado dictado por la publicidad o las modas. Esta pobreza nos coloca un poco más cerca de los necesitados, y libera nuestro corazón para centrarlo en los verdaderos valores de la existencia.

Desde nuestra virginidad anunciamos el amor como val or absoluto de la persona: amor incondicional a Dios y a los hermanos. Con nuestra vida denunciamos el hedonismo, el culto al placer, el deterioro del amor humano, toda visión egoísta e interesada de la vida.

Desde esa vida virginal vivida en comunidad e stamos ya anunciando una nueva fraternidad, no basada en la carne ni en la sangre, sino en el amor fraterno.

En medio de una cultura individualista e insolidaria donde cada individuo y cada pueblo sólo parece preocuparse de sus intereses, nuestras comunid ades en las que convivimos en comunión hermanas de diferentes edades, procedencia, cultura, formación, son un signo humilde de un mundo más fraterno y solidario.

Por último, desde nuestra vida de obediencia y búsqueda sincera de la voluntad de Dios, denun ciamos cualquier situación social, económica o política donde no se busque como último fin la voluntad de Dios.

Pero no cualquier forma de vivir la pobreza, la virginidad y la obediencia, tienen el mismo valor y la misma fuerza evangelizadora.

Los hombr es y mujeres de hoy descubrirán el valor de nuestra virginidad si comprueban que no vivimos aisladas en nuestro mundo, desentendidas de los problemas de los demás, sino que la virginidad nos capacita para estar más abiertas, más disponibles.

Por último, nuestra obediencia será testimonial si pueden apreciar en nosotras que la obediencia, no es pérdida de libertad, de personalidad, de iniciativa y creatividad; que no infantiliza ni paraliza a las personas, sino que las hace crecer y madurar en la búsqueda sincera, fiel y exigente de la voluntad de Dios.

En un mundo aparentemente satisfecho, pero donde no se apaga la sed de misterio, nosotras mostramos que es posible saber algo de la “fuente” y entreve r cómo se calma el anhelo de felicidad plena que hay en el ser humano

El contenido esencial del testimonio contemplativo se puede resumir en las palabras de santa Teresa. Sólo Dios basta. Dios es lo único necesario. Este es el mensaje que debemos comunicar hoy.

Las contemplativas recordamos al mundo y también a la Iglesia la dimensión esencial de la vida, los valores esenciales de la existencia humana. No enseñamos cosas sobre Dios, sino que invitamos a mirar hacia Él y decimos a todos que sólo Dios es Dios, que sólo Él es nuestro bien. Que todo lo demás puede ser bueno, pero que nada hemos de convertir en ídolo que no puede salvar.

3. LA ACOGIDA

San Benito en el capítulo dedicado a la acogida de huéspedes habla del espíritu y las formas de hospitalidad, pero después da unas normas prácticas en torno a las obligaciones que la hospitalidad implica para la comunidad con la finalidad de salvaguardar el ritmo y el estilo de la vida comunitaria.

La acogida siempre se hace desde la fe, sabiendo descubrir a Cristo en la persona que se acerca al monasterio. La fe es la que ha de inspirar la acogida, la disponibilidad constante, la comprensión, la delicadeza para cada persona que se acerca al monasterio. Tenemos que ofrecer la hospitalidad de una comunidad que vive el Evangelio.

La fe es la que nos hace aceptar, muchas veces, la incomodidad de tener gente en casa. Y también es la fe la que nos da fuerzas para superar la tentación de vivir la acogida como una forma de evasión, así como la tentación de mostrarnos contrariadas porque el huésped nos obliga a salir de nuestra comodidad y del encierro egoísta en nosotras mismas.

La acogida tiene que ser gratuita. Acogida que nace del amor, y no de una actitud interesada. La comunidad acoge sin pensar en la rentabilidad ni en el provecho. (aunque vivamos de la hospedería)

Acogida amistosa. Acogida que no se asusta del pecado o de la debilidad de las personas, y que no queda bloqueada por los prejuicios. Acogida comprensiva y cariñosa.

Acogida cercana. Una acogida hecha de cercanía espiritual. Sin complejos de inferioridad ni de superioridad. Sin arrogancias, sin sentirse superiores a los demás, con sencillez, humildad.

Acogida serena. Acogida que trasmita paz e irradie alegría. Saber acoger con paz, sin prisas ni agobios. La actitud de la hospedera, su paz, su alegría, su saber estar, su disponibilidad, dan al huésped que se acerca una primera visión con respecto a la comunidad, visión que puede ser decisiva.

Acogida más silenciosa que locuaz. La verdadera contemplativa, por lo general, no habla mucho. No llena los encuentros con palabrería, información, noticias, comentarios. No se le ve, ávido de saber lo que pasa. Su acogida es más atenta que locuaz. Sabe escuchar más que hablar. Sabe estar con el otro más que invadirlo. Sabe comunicarse con hondura.

Como decía al principio, san Benito tiene un gran interés en que la comunidad continúe en su ambiente normal de silencio y trabajo. Con el huésped sólo deben estar aquellas monjas a los que se les encarga el cuidado de la hospedería. Las demás no tenemos que buscar el contacto con los huéspedes, lo que no nos exime de tener un trato educado cuando nos encontremos con ellos.

La hospitalidad, vivida desde la fe, cuidando unas normas, es una fuente de gracia, tanto para el huésped como para la comunidad, un servicio evangelizador irrenunciable que podemos ofrecer a los hombres de hoy, sedientos de acogida, escucha, comprensión, paz.

Es importante que los huéspedes puedan captar cómo nos amamos. Este es el mejor testimonio que podemos ofrecer frente a una sociedad individualista.

La misión de la hospedera es comunicar a los huéspedes la presencia de Dios y llevarlos hacia Él, no atraerlos hacía sí misma. Hay que salvaguardar el clima del monasterio y de la hospedería cuidando el silencio y el recogimiento, así facilitaremos a las personas el encuentro con Dios. Evitar la turbación, no por egoísmo, para estar más tranquilas: es más fácil quizá, agitarse y sacrificar el silencio en provecho de una acogida aparentemente más abierta pero es por amor a Dios por lo que debemos salvaguardar el clima de silencio y serenidad que debe de reinar en el monasterio. De no ser así ¿Qué encontrarán los huéspedes cuando vengan a nuestro monasterio?

Hay que saber conjurar dos aspectos fundamentales: Tener una caridad sin límites para los huéspedes y una preocupación constante para no turbar la vida común. No hay contradicción en ellos.

La acogida es también un beneficio para nosotras pues el contacto con las personas, nos hace conocer de una forma más concreta las necesidades y aspiraciones de las personas de fuera, y nos ayuda a relativizar nuestras preocupaciones que, en un ambiente cerrado en el que vivimos tendemos a engrandecer.

Dentro de la acogida ponemos la clausura al servicio de la evangelización.

La clausura no aparta de las preocupaciones y afanes evangelizadores, sino que los vive y se compromete con ellos de una manera diferente, actuando como una invisible levadura capaz de hacer fermentar una masa que no se ve, , pero a la que se puede llegar por la intencionalidad del amor.

La vida contemplativa exige un espacio y un tiempo monástico que hemos de saber valorar y amar. Es un error profanar ese tiempo y ese espacio para la acogida.

El hecho de la clausura tiene un significado hondo que, por sí mismo, encierra fuerza evangelizadora cuando se capta bien. El monasterio está construido para entrar hacia dentro, no para salir hacia el exterior. Las ventanas están para recibir la luz y el aire, no para mirar hacia fuera. Los muros crean espacio interior. Todo invita hacia lo interior, hacia el silencio y la contemplación. Si rompemos ese espacio y trivializamos el lugar contemplativo, no daremos una acogida propia de un monasterio contemplativo.

Lo mismo sucede con el tiempo monástico. No trascurre como el horario de la calle. No es un tiempo vivido para el trabajo y el rendimiento. La prisa no debería tener lugar en un monasterio contemplativo. Es un tiempo regido por la oración y la alabanza. Un tiempo que no degenera en inactividad o pereza, sino que está lleno de la presencia de Dios y del amor. Un tiempo que prefigura ya la eternidad de Dios. Si rompemos este tiempo e introducimos el ritmo y la agitación de lo eficaz y lo práctico, será una pérdida y un empobrecimiento.

Por eso la acogida de la vida contemplativa debe llevarse a cabo desde ese espacio y ese tiempo monástico. Esto no nos hace personas aisladas, incomunicadas, incapaces de encontrarnos con los que llegan. Al contrario, todo esto capacita para acoger. Ya hemos dicho arriba, la preocupación de san benito por salvaguardar el ritmo y la vida de la comunidad.

La acogida en ningún caso ha de obstaculizar la vida de la comunidad sino que ha de estar integrada en la marcha del monasterio y ser asumida por toda la comunidad de manera solidaria y fraterna. Aunque no todas colaboremos directamente en ese servicio, es toda la comunidad la que acoge.

Dicho esto, hay que recodar que el amor está por encima de toda ley, norma o estructura humana. Cristo lo resumió todo en la Ley del amor. Nada hay por encima del amor a Dios y al hermano. También todas las normas y prescripciones monásticas. Sabemos cuándo hemos de modificar nuestras costumbres, ritmos y modos habituales de actuar, al servicio del amor y sin negar las exigencias de la vida contemplativa.

Compartir la celebración y oración litúrgica

Esta es una de las formas más importantes de la acogida monástica. Ofrecer a personas o grupos, un espacio religioso para que puedan vivir la experiencia de la oración y celebración monástica.

La celebración ha de estar fundamentalmente animada y dirigida por nuestra comunidad, (canto, lecturas, moniciones..) Una excesiva participación de personas ajenas a la comunidad puede desfigurar el espíritu y el sentido de la celebración monástica.

Lo verdaderamente importante es que cuidemos el tono, el espíritu, la animación interior de la celebración. Esta celebración monástica puede ayudar hoy a los cristianos a entender mejor el espíritu y el sentido ya que en sus parroquias, a veces, son celebraciones rutinarias y apresuradas.

Una experiencia importante para los cristianos que se acercan a los monasterios de vida contemplativa puede ser el descubrimiento de la Liturgia de las Horas. Podemos ayudar a los creyentes a descubrir la mañana como tiempo de alabanza; la tarde como tiempo de recogimiento agradecido; el día como tiempo de oración; la noche como tiempo de descanso: También esto exige revisar y ver si podemos mejorar ese servicio: disponer de libros para las personas que van a orar; ofrecer un guión para seguir la oración con facilidad; explicar el sentido de cada hora liturgia; hacer breves introducciones que expliquen el sentido del salmo que se va a rezar, etc…

La acogida en ningún caso ha de obstaculizar la vida de la comunidad sino que ha de estar integrada en la marcha del monasterio y ser asumida por toda la comunidad de manera solidaria y fraterna. Aunque no todos los miembros de la comunidad colaboren directamente en ese servicio es toda la comunidad la que acoge.

La relación personal

La comunicación con familiares, amigos, conocidos o personas que toman contacto con el monasterio es también ocasión de testimonio y servicio evangelizador. Esta relación puede darse a través de la conversación o de la comunicación epistolar o por correo electrónico. Naturalmente puede ser muy variada y con personas en situaciones muy diferentes. De forma sencilla pero auténtica la contemplativa puede hacer mucho por personas que buscan un contacto más sincero con Dios, por jóvenes que tratan de hacer un discernimiento vocacional, a personas que quieren creer a pesar de sus dudas e interrogantes, a gente que sufre una desgracias o que vive un problema o un conflicto y necesita fe, consuelo, escucha, ayuda.

Algunas sugerencias:

Esta comunicación no ha de convertirse en una fuente de distracción o dispersión, ni para la monja ni para la comunidad. Al contrario, ha de ser irradiación sencilla y natural de lo que la contemplativa vive. Por eso, es necesario discernirla y revisarla.

La comunicación, sobre todo la epistolar, será más enriquecedora si viene preparada por la oración y la reflexión sobre lo que necesita aquella persona a la que nos dirigimos.

Lo propio de una monjas contemplativa no ha de ser nunca la palabrería, el exceso. Pocas palabras, pero palabras sentidas, pensadas, oradas. Palabras que nacen del deseo de hacer el bien.

La escucha a personas que plantean su situación interior, sus crisis y sufrimientos o su pecado, exige de nosotras respeto y confidencialidad. No debe ser objeto de comentarios en la comunidad ni ser comunicada a terceras personas.