Solemnidad de Todos los Santos
En esta fiesta de Todos los Santos recordamos a esa “muchedumbre inmensa, que nadie podría contar” de la que nos habla la primera lectura tomada del Apocalipsis y que gozan ya de la presencia de Dios en el cielo, aunque no tengan un “hueco” en nuestro santoral litúrgico.
Hoy recordamos a muchos seres queridos, familiares y amigos, que ven a Dios “tal cual es” como nos va a decir San Juan en la segunda lectura. Hoy nos recordamos unos a otros que esa es nuestra meta, encontrarnos con Dios cara a cara y gozar de su presencia por toda la eternidad. Ser dichosos, felices, bienaventurados como nos dice el evangelio de hoy.
La fiesta de Todos los Santos puede ser nuestra fiesta, Lo es ya para muchos conocidos nuestros que han entrado ya en la fiesta: seres queridos, hermanas de comunidad, familiares, amigos.
La fiesta será en el cielo, pero la invitación es aquí. Lo único que tenemos que hacer es aceptar la invitación… y sus condiciones. Unas condiciones que muchos han sabido y saben cumplir, con la ayuda incondicional de Dios Padre que nos invita a la fiesta.
“Todos los Santos” han sido, son y serán muchísimos santos. Muchos más de los que están en las listas de nuestros misales y de nuestros calendarios. Nos dice el Apocalipsis que son “una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, tribu, pueblo y lengua”. “
“Todos los Santos” no llevan una aureola detrás de la cabeza, no se han subido nunca a un altar. Son gente que no van por ahí vestida de santo o de santa, sino vestida de dignidad y generosidad humanas. Gente que no hace milagros, pero que cumple con su deber, sabe hacer un favor, es capaz de perdonar, se acuerda del necesitado, elige y trabaja por la paz.
Gente que también tiene sus defectos y sus fallos pero que se preocupan por corregirlos. No son perfectos: Son esos hombres y mujeres que “son algo mejores” que nosotras. Tampoco son santos de segunda, porque no hay santos de primera. Que, santo de primera sólo es Dios.
Son ésos que tienen los mismos problemas que nosotras. Los que tienen las mismas preocupaciones, las mismas debilidades, las mismas penas, las mismas enfermedades. Y también los mismos defectos pero algo menos. Son ésos que “saben estar”. En las diversas circunstancias de la vida actúan con algo más acierto, más justicia, más sencillez, más paciencia, más bondad que nosotras.
No son más que “algo” mejores que nosotras. Y con esto quiero decir que a nosotras sólo nos falta “algo” para estar también en el grupo de los que podemos celebrar para siempre esta fiesta de Todos los Santos, con eso que hemos conocido y conocemos, y que han sido “algo” mejores que nosotras.
No existe la madera de santo. Esta gente buena no son santos de madera sino de carne y hueso, santos de sangre, sudor y lágrimas, santos que han tropezado y se han enderezado, santos que han caído y se han levantado.
Esta fiesta tiene que ser nuestra fiesta porque todas nosotras estamos invitadas a ella por el mismo Dios. Cabemos todos en la misma fiesta. La casa es muy grande. Como dice Jesús a sus discípulos: “En la casa de mi Padre hay lugar para todos; ahora voy a prepararos un sitio. Volveré y os llevaré para que podáis estar conmigo” Juan 14, 2-3 Hay sitio para todos los santos, paranosotras, Basta con querer ser “algo” mejores y no rechazar la invitación. Todo lo demás lo hará la gracia de Dios.
La santidad empieza por la alegría. “Un santo triste es un triste santo”. Esta frase nace de lo que la gente valora en una persona, y lo primero es la alegría. Esa alegría viene del trato habitual con un Dios que nos ha cambiado la vida y la historia. Una vida y una historia que parecían que iban a tener un mal final, pero que Jesús ha conseguido cambiar a un final feliz.
La santidad exige esfuerzo, compromiso. No se consigue sentado en un sillón. Hoy celebramos la santidad, conseguida gracias a Jesús, a su muerte y resurrección. Y eso no fue nada fácil. La santidad nos acerca más a ese Dios que fue capaz de dar su vida para que todos tuviéramos Vida eterna, para acercarnos más a Dios y a su Reino.
Finalmente, la santidad se consigue con el “roce”, con el trato habitual con Dios, contagiándonos de sus mismos sentimientos hacia las personas. La santidad nace de la amistad con Dios, que se hace día a día, poco a poco, a fuego lento, perseverante, sin prisas… Santa Teresa decía que la santidad no consiste en hacer cada día cosas más difíciles, sino en hacer cada día cosas con más amor. Así las hace Dios y a Él queremos parecernos. Eso es la santidad, amar por encima de todas las cosas.
Ese “roce” y ese trato habitual con Dios harán que transparentemos a Dios en todo lo que hagamos y que también nos sintamos llamadas a vivir su proyecto de amor hacia los más marginados y excluidos.
Jesús, en el evangelio, enumera algunos detalles de sus vidas. Son pobres porque no pusieron las riquezas como lo principal de sus vidas. Son sufridos porque fueron personas capaces de aguantar mucho y de sufrir malos ratos sin echarse para atrás. Son hombres y mujeres que tienen hambre y sed de justicia porque tuvieron hambre y sed de hacer las cosas bien y reflejaron en sus vidas la bondad de Dios. Son misericordiosos, compasivos, capaces de disculpar y perdonar a todos, pero, sobre todo, capaces de compadecerse de los más desgraciados del mundo. Son limpios de corazón, transparentes como los niños, sin malas intenciones, diciendo siempre la verdad con sus palabras y con sus vidas. Y dice Jesús que les llamarán «hijos de Dios» porque trabajaron por la paz. Son esas personas que contagiaron paz, que daba gusto estar con ellas, que infundían ánimos y esperanza. Recordamos que la paz de Dios nace de las cosas bien hechas.
Pero esas personas, igual que Jesús, también sufrieron el rechazo y la oposición de otras gentes. También en eso reprodujeron en sus vidas los rasgos de Jesús. Cada santo es una obra hermosa de Dios, un regalo maravilloso de Dios para nuestro mundo.
Todas esas personas recibieron en sus almas la bondad y la santidad de Dios y han hecho más humano y más habitable nuestro mundo. Nosotras que estamos celebrando esta fiesta también participamos de esa santidad que regala Dios. Este día también es nuestra fiesta. Estamos haciendo nuestro mundo más humano y más habitable. Podemos sentirnos miembros de esa familia inmensa de santos en la que Dios también nos regala a nosotras sus rasgos más hermosos.
1. Felices los de espíritu sencillo, porque suyo es el reino de Dios.
· Que el Señor nos ayude a poner toda nuestra confianza en Él, sabiendo valorar lo sencillo, lo humilde, lo bello y lo pequeño.
2. Felices los que anhelan que triunfe lo que es justo y bueno.
· Que el Señor nos ayude a trabajar a favor de la justicia y a alegrarnos del bien de los demás.
3. Felices los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos.
· Que el Señor nos ayude a vivir en la comunidad, siendo tolerantes, comprensivas y misericordiosas.
4. Felices los que tienen limpia la conciencia, porque ellos verán a Dios.
· Que el Señor nos ayude a tener un corazón limpio, a vivir con transparencia y a actuar sin engaño.
5. Felices los que trabajan a favor de la paz, porque Dios los llamará hijos suyos.
· Que el Señor nos ayude a construir la paz, siendo constantemente instrumentos de reconciliación.
Si queremos vivir como nos han indicado las bienaventuranzas: siendo mansas y humildes, siendo limpias de corazón, misericordiosas, luchando no sólo por nuestra paz y nuestra justicia, sino por la de todos...
Si queremos caminar por las sendas de la Santidad... tenemos que dejarle a Dios las llaves de nuestro corazón para que pueda entrar en él y transformarlo.