Domingo XXXII - A
Mateo 25, 1-13
En la parábola de hoy, la de las diez doncellas se nos habla del Reino como de un banquete de bodas donde hay alegría. Qué mejor invitación nos puede hacer el Señor que a un banquete de bodas.
La parábola era muy bien entendida en aquellos tiempos, ya que describe los usos de las bodas judías. Lo habitual era que la boda se celebrara por la tarde en casa del novio. Este acudía a la casa de la novia para recogerla y llevarla a la suya. El novio era recibido por “doncellas” que las acompañaban desde la casa de la novia a su futuro hogar. Y como este recorrido tenía lugar de noche, se preparaba un cortejo con lámparas de aceite.
Jesús, como siempre hace con todas las parábolas, aprovecha una situación habitual de la vida, para hacer presente el Reino de Dios, y para recordarnos que Dios está en la vida, en lo que nos pasa cada día, en las situaciones más inverosímiles, y que hemos de estar atentos, en vela, para saber descubrirle.
Jesús nos dice en esta parábola que hemos de prepararnos para el encuentro final con él, pero también para el encuentro de cada día. No es suficiente estar en vela, despiertas, sino que es necesario estar preparadas. En la parábola todas las doncellas estaban dormidas cuando llegó el esposo, pero no todas estaban preparadas.
Este evangelio no trata de meternos miedo, sino que nos hace una llamada a la responsabilidad y a la alegría en la espera del "día del Señor", que siempre será el paso a la fiesta que no acaba.
La lámpara bien abastecida es el signo de la previsión y vigilancia. Éstas son cualidades interiores, del espíritu; se tienen o se carece de ellas, pero no se pueden compartir o prestar. Hay fallos de previsión y vigilancia que son irreparables. Nadie puede suplir el fallo de un centinela, un piloto o un conductor. Algo así sucede con la fe y la respuesta personal a Dios, vienen a decir esos detalles de la parábola. Es insustituible, pues, el compromiso personal de la vigilancia.
El Evangelio termina precisamente así: “velad (estad preparados, atentos a la vida, despiertos), porque no sabéis el día ni la hora”. Mateo nos invita, con esta indicación, a estar atentas y poner en práctica el mensaje de Jesús, el mandamiento del amor, que no es otra cosa que la sabiduría de la vida.
El cristiano no ama unas normas o unas ideas, sino a Alguien, vive amando al Esposo que llega (que es Jesús), pero con un amor que se hace constancia cada día, esfuerzo por mantener una fidelidad a largo plazo (el aceite en las lámparas). La cuestión será no quedarnos sin aceite, que no perdamos el amor apasionado por nuestro Señor, que no dejemos de alimentarnos cada día de la Palabra y de la Eucaristía, que no dejemos de amar.
Con la parábola de las doncellas, sensatas y necias, Jesús nos invita a vivir en actitud vigilante, para el encuentro con Dios como los que esperan algo alegre, algo bueno y grande (¡qué mejor que la alegría de una boda!). Cada una ha de estar preparada y no vivir de “forma atolondrada”, para poder sentir su presencia. Mi espera, mi vigilancia, mi estilo de vida no puedo delegarlo en las demás. Es una opción personal: cada una tiene que poner el aceite en su lámpara.
«Las necias dijeron: Dadnos un poco de vuestro aceite..." Las sensatas contestaron: Por si acaso no hay bastante…vais a la tienda y lo compráis”
Parece a primera vista una mala respuesta, poco caritativa. Sin embargo, sabemos que hay valores (la fe…) que no se pueden «transferir» sin más ni más, porque cada una es protagonista insustituible de su historia, única responsable de sus opciones. Cada una tiene que dar su propia respuesta a Cristo. Ninguno de nosotras puede y debe sustituir a las demás en las decisiones fundamentales.
Vivir juntas y sostenernos en la esperanza, es algo distinto de pensar, de juzgar o de obrar en lugar de las otras. El aceite de la lámpara no se trasvasa de un candil a otro. Importa, pues, que cada una encuentre en su interior la chispa que encienda la lámpara y la fuerza de alimentarla. No podremos conseguirlo, si como dice la parábola, no estamos despiertas y vigilantes: «velad, porque no sabéis el día ni la hora».