Domingo 5 Cuaresma - B 2024
El relato del Evangelio de hoy se sitúa en los momentos posteriores a la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Los fariseos comentan indignados que todo el mundo se va tras Jesús. sin embargo, unos gentiles que habían subido a Jerusalén a celebrar la fiesta de Pascua, sienten curiosidad por ver a Jesús, y le piden a Felipe que los lleve hasta él. Felipe se lo dice a Andrés y los dos juntos, se acercan a Jesús para transmitirle el deseo de estos hombres. Reciben una respuesta desconcertante: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre”. Jesús les responde con la metáfora del grano de trigo que debe morir para dar fruto abundante refiriéndose a su muerte. Seguro que Felipe y Andrés quedaron desconcertados pues, es posible que esperaran una respuesta similar a la que recibieron los discípulos del Bautista.
También en nuestro corazón debemos de tener el mismo deseo de ver a Jesús, sentir la necesidad de encontrarnos con él, de escuchar su Palabra, de profundizar en su mensaje, de conocerlo más para seguirlo mejor.
Jesús nos habla de la necesidad de que el grano de trigo caiga en tierra y muera, si quiere ser fecundo. Describe con esta metáfora luminosa el significado positivo de su muerte violenta. Es precisamente estallando, rompiéndose, como el grano de trigo se convierte en espiga. Morir nos cuesta mucho, sin embargo, no hay vida sin muerte, no hay gloria sin cruz, no hay amor auténtico sin sacrificio y entrega.
Contemplamos los sentimientos de Jesús en el momento crítico de su vida, donde se va a clarificar el sentido de su misión y en el que se realiza el juicio decisivo sobre este mundo.
Jesús había dejado ya claro que: “nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente”. Sin embargo, el hecho de que la muerte sea un acto voluntario no quita el horror del acontecimiento. Jesús lo explica en el mismo discurso: “Ahora mi alma está agitada y ¿qué diré? Padre, líbrame de esta hora. Pero, si por esto he venido, para esta hora. Padre glorifica tu nombre” Aquí presenciamos uno de los momentos más dramáticos de Jesús: es otra forma de presentarnos la oración de Getsemaní. Es una hora de turbación y de angustia. Un misterio de dolor y oscuridad. Jesús ve con lucidez que su tiempo se acaba. Tiene delante el cáliz que debe beber, secuencias de la pasión que se acerca, y el interrogante del sentido. Es la hora del poder de las tinieblas. La hora de la repugnancia y del rechazo. La hora de los gritos y las lágrimas, de las oraciones y súplica al que podía salvarlo de la muerte. La hora del “Si es posible, pase de mí este cáliz”
Este momento de Jesús también es buena noticia. Quiere decir que no debemos escandalizarnos de nuestras horas oscuras de turbación, de tristeza o de miedo. Nos pueden venir como un zarpazo en cualquier momento en forma de envejecimiento, enfermedad, soledad, difamación, incomprensión, o algún tipo de fracaso. Jesús también pasó por estas experiencias negativas.
No son malos los gritos y las lágrimas, y el aparente rechazo, y las tinieblas y la duda. Todos estos momentos también están redimidos. Damos, pues, gracias a Cristo, por su debilidad, por su temblor y sus lágrimas, gracias por su repugnancia y sus miedos,
“Vino una voz del cielo”. Al fin Jesús fue escuchado: “en su angustia fue escuchado”. “Lo he glorificado siempre y volveré a glorificarlo”. Esta es la certeza de que Dios está con él, de que no se ha ausentado.
“Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Cuando Jesús sea alzado en la cruz y aparezca crucificado sobre el Gólgota, todos podrán conocer el amor insondable de Dios, se darán cuenta de que Dios es amor y solo amor para todo ser humano. Se sentirán atraídos por el Crucificado. En el descubrirán la manifestación suprema del misterio de Dios. Pero no se trata de mirar simplemente el madero del suplicio. Se trata de contemplar y dejarse contemplar por el Crucificado, que se ha entregado por todos. Esta contemplación nos conduce necesariamente a imitar a Jesús, que nos indica el camino de una contemplación que se funda en el servicio: “el que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor”.
El dolor, la Cruz, el sufrimiento no es inútil ante los ojos de Dios. La vida es para darla, entregarla y no para guardarla; como el grano de trigo que solo da fruto, si se pudre y muere. “El que sea más a sí mismo se pierde”. Todo es gracia, incluso el dolor y la muerte. En la cruz está la gloria: “volveré a glorificarlo”