Domingo 16 - C 2025

domingo 16 c 2025Lucas 10, 38-42

El Evangelio de este domingo nos presenta una escena sencilla pero profundamente reveladora: Jesús visita la casa de Marta y María. Dos hermanas, dos actitudes, una sola presencia que lo transforma todo. Este pasaje, breve pero denso, se convierte en un espejo para examinar nuestra vida espiritual, nuestras prioridades y la calidad de nuestra relación con el Señor.

El texto comienza con una afirmación esencial: “Jesús entró en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.” Esta es ya una imagen poderosa. Jesús no irrumpe, no se impone. Es acogido. La iniciativa es de Marta, quien abre su casa al Maestro.

Acoger a Jesús es el primer paso en todo camino de fe. No hay vida cristiana sin hospitalidad interior, sin ese acto libre y consciente de permitir que Cristo entre en nuestra intimidad, en nuestras rutinas, en nuestros espacios más cotidianos. Sin embargo, acoger a Jesús no es solo cuestión de abrir la puerta exterior, sino también de abrir el corazón a su presencia transformadora.

La narración contrasta las actitudes de Marta y María. Marta se afana en los quehaceres; María se sienta a los pies de Jesús para escucharlo. No se trata de una oposición entre trabajo y oración, ni de un juicio sobre los temperamentos. Jesús no desprecia el servicio. Él mismo se hizo servidor y nos enseñó a lavar los pies de los demás. Pero sí hay una advertencia clara: cuando el hacer nos aleja del ser, cuando el servicio nos distrae del Señor al que servimos, corremos el riesgo de perdernos a nosotros mismos en la dispersión.

Marta está tan ocupada que llega incluso a interpelar a Jesús con cierta queja: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me ayude.” Sus palabras delatan una tensión interior. Aunque está sirviendo, su corazón no está en paz. Su atención no está centrada en el Señor, sino en la tarea y en la comparación con su hermana. Cuántas veces también nosotros servimos, trabajamos, nos comprometemos… pero desde un lugar interior de queja, de exigencia, de inquietud. Jesús no le reprocha su actividad, sino su agitación: “Marta, Marta, andas inquieta y preocupada por muchas cosas; solo una es necesaria.”

María ha escogido la parte mejor. ¿Cuál es? Escuchar. Detenerse. Contemplar. Dejar que la Palabra de Jesús penetre en su alma. Esta actitud no es pasividad, sino una profunda disposición interior. María reconoce la presencia de lo Sagrado en su casa y decide no dejarlo pasar de largo. Se sienta a los pies del Maestro como discípula, como alguien que sabe que lo más importante no es lo que ella puede hacer, sino lo que puede recibir.

En un mundo que valora la eficiencia, la producción y la actividad constante, esta escena es contracultural. Nos recuerda que el alma necesita silencio, recogimiento, tiempo para Dios. Sin esta raíz espiritual, nuestra acción se vacía, nuestra caridad se desgasta, nuestra vida pierde dirección.

Solo una cosa es necesaria Esta frase de Jesús puede interpretarse de muchas maneras, pero todas convergen en una misma realidad: en medio de tantas ocupaciones, preocupaciones y prioridades, hay una sola cosa que no puede faltar: estar con Él. Lo demás puede esperar. Lo demás se ordena cuando el corazón se centra en lo esencial.

No se trata de abandonar nuestras responsabilidades, sino de aprender a vivirlas desde un corazón unificado, que ha bebido primero de la fuente. Una persona que ha estado a los pies del Señor servirá con mayor libertad, con mayor alegría y con menos quejas, porque ha sido llenada por Aquel que es la fuente de todo amor.

Este evangelio nos invita a revisar nuestra vida: ¿Qué lugar ocupa Jesús en mi día a día? ¿Soy capaz de detenerme, de escucharlo, de dejar que me hable? ¿Vivo agitada por muchas cosas, o enraizado en lo esencial? Marta y María no son dos enemigos, sino dos dimensiones que deben integrarse. Pero siempre, siempre, es María quien muestra el camino: primero sentarse a los pies del Señor. Solo desde ahí nuestro servicio tendrá sentido y fecundidad.