Domingo 29 - C 2025
El Evangelio de hoy nos presenta una escena sencilla, pero profundamente humana: una viuda que no se rinde ante un juez que ni teme a Dios ni respeta a los hombres. Ella insiste, una y otra vez, hasta obtener justicia. Jesús toma esa imagen para enseñarnos el valor de la oración perseverante.
El juez de la parábola no actúa por bondad, sino por cansancio. Sin embargo, Jesús nos dice: “Si hasta un juez injusto termina escuchando, ¡cuánto más nuestro Padre del cielo, que es justo y misericordioso!” Dios no se deja vencer en generosidad. Él escucha nuestras súplicas, aunque a veces parezca callar. Su silencio no es ausencia: es espera, es pedagogía, es amor que madura la fe.
La insistencia de la viuda no nace de la desesperación, sino de la confianza. Ella cree que la justicia llegará. Así debe ser también nuestra oración: confiada, constante, humilde. Muchas veces oramos y no vemos resultados, pero la oración no es una transacción; es una relación. Orar es permanecer en comunión, en diálogo, en esperanza.
Jesús termina con una pregunta que atraviesa los siglos: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?”
Esa pregunta es personal. Nos invita a mirar si nuestra fe resiste el cansancio, si seguimos creyendo cuando no vemos, si confiamos cuando todo parece ir en contra.
Hoy la liturgia nos llama a no cansarnos de orar: por la paz, por los que sufren, por la Iglesia, por el mundo, por nuestras comunidades, por nuestras familias. Orar siempre, incluso en la oscuridad, es mantener encendida la lámpara de la fe.
Pidamos al Señor esa gracia: la de una fe perseverante, humilde y confiada, que no se rinde ante el silencio, porque sabe que Dios nunca deja de escuchar.
