Y da la vida por cada uno de nosotros, y se enorgullece de ello y lo quiere así porque Él tiene amor: "Amar hasta el extremo". No es fácil, porque todos nosotros somos pecadores, todos tenemos límites, defectos, tantas cosas. Todos sabemos amar, pero no somos como Dios que ama sin mirar las consecuencias, hasta el extremo.
Yo no os digo hoy que os lavéis los pies unos a otros: sería una broma. Pero el símbolo, la figura, sí: os diré que si podéis dar una ayuda, prestar un servicio, aquí en la cárcel, al compañero... lo hagáis. Porque esto es amor, es como lavar los pies. Es ser siervo de los demás.
Continuamos en la liturgia de hoy vivenciando los mismos sentimientos expuestos en el día de ayer.
Es crucial el momento en que uno de los discípulos colabora con los enemigos en la entrega de su Maestro. Al conocerlo, el alma vuelve a rumiar una y mil veces, por un lado, la grandeza del Amor y, por otro, la miseria de la infidelidad y traición.
Asociémonos nosotros al grito del amor sincero y del dolor asumido, y tomemos como punto de partida la antífona de entrada a la Misa:
Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo.
Nos dice el Papa Francisco que el Cenáculo nos recuerda la comunión, la fraternidad, la armonía, la paz entre nosotros. ¡Cuánto amor, cuánto bien ha brotado del Cenáculo! ¡Cuánta caridad ha salido de allí!
Pero también nos habla de traición: "Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar".
- Hablar de traición supone hacer referencia a una relación de amor y fidelidad frustrada. Sólo se traiciona lo que se ama. ¿Estaremos nosotros traicionando a Jesús a quien queremos amar? - Lo traicionamos cuando abusamos de promesas que no vienen refrendadas por nuestra vida.