Quinto Domingo Cuaresma - C
Juan 8, 1-11
Cuando a alguien le cae una desgracia, nunca hay que decir: «Justo castigo por sus pecados». Lejos de castigar a los que lo ofenden, Dios deja siempre tiempo a los pecadores para que se enmienden, esperando que al final se conviertan. Es un padre que aguarda sin cesar su regreso y, cuando finalmente vuelven a casa, invita al cielo y a la tierra a que se alegren con él.
La insistencia de Jesús en la infinita misericordia de Dios, ciertas formas de ilustrar esta enseñanza y, sobre todo, su comportamiento, acabaron por despertar la desconfianza de los «puros», de ciertos fariseos que, como el hijo mayor de la parábola, servían a Dios desde hacía muchos años sin haber desobedecido nunca una orden suya. ¿Qué pensar de este predicador que recibía a los pecadores y no dudaba en comer con ellos? Su conducta les resultaba cada vez más sospechosa, más escandalosa. Su forma de actuar, que tanto agradaba al pueblo, ¿no era una forma de complicidad con el pecado?

Lucas 15, 1-3. 11-32
Lucas 13, 1-9
Lucas 9, 28b-36
Hace pocos días, con la imposición de la ceniza, iniciamos el tiempo de la Cuaresma. En estos 40 días, que van desde el Miércoles de Ceniza hasta la Semana Santa, la Iglesia nos invita a recorrer un camino de conversión de tal manera que, libres de todo aquello que nos separa de Dios y de las hermanas podamos celebrar el triunfo de la vida nueva que surge del crucificado-resucitado.