Asunción de María
Hoy celebramos con alegría la Asunción de la Virgen María, misterio en el que contemplamos que ella, al final de su vida, fue llevada en cuerpo y alma al cielo. No es simplemente un premio personal, sino la manifestación de la fidelidad de Dios hacia quien se abandona totalmente en Él.
El Evangelio nos presenta a María visitando a su prima Isabel. Recién ha recibido el anuncio del ángel y, lejos de quedarse centrada en sí misma, se pone en camino con prontitud para servir. Sus labios pronuncian el Magníficat, un canto que no habla de sus méritos, sino de la grandeza de Dios que mira con amor a los pequeños.
La Asunción nos recuerda que la vida tiene un destino definitivo: no vamos hacia la nada, sino hacia la plenitud de Dios. María, la humilde sierva del Señor, llegó ya a la meta y nos enseña el camino: escuchar la Palabra, acogerla en el corazón y vivirla en el servicio y la confianza. Su historia nos revela que la verdadera grandeza está en la humildad, y que en medio de las luchas y cansancios de la vida podemos caminar con esperanza, sabiendo que la victoria final pertenece a Dios.
Hoy le pedimos a María que nos ayude a vivir con un corazón sencillo y fiel, para que un día podamos compartir su alegría eterna en la presencia del Señor.