Domingo 25 - C 2025

domingo 25 c 2025Lucas 16,1-13

El evangelio que escuchamos hoy nos puede desconcertar: Jesús cuenta la parábola de un administrador infiel que, sabiendo que lo van a despedir, actúa con astucia para asegurarse el futuro. Y lo sorprendente es que el mismo amo lo elogia. No lo alaba por su injusticia, sino por la sagacidad con la que supo reaccionar ante la crisis. Jesús aprovecha esta historia para lanzarnos un mensaje profundo: también nosotros debemos aprender a ser previsores, no para guardarnos riquezas que pasan, sino para preparar la vida que no pasa, la vida eterna.

Nuestra existencia entera es una administración. Nada es realmente nuestro: ni los bienes materiales, ni el tiempo, ni las capacidades. Todo lo hemos recibido de Dios y todo un día tendremos que devolverlo. La pregunta es cómo lo usamos. ¿Vivimos como si todo nos perteneciera? ¿O somos conscientes de que lo que tenemos está confiado a nuestras manos para el bien, para compartir, para construir fraternidad?

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Exaltación de la Santa Cruz - C 2025

Santa Cruz 2025Juan 3, 13-17

Hoy la Iglesia nos invita a contemplar el misterio más grande de nuestra fe: la Santa Cruz de nuestro Señor Jesucristo. No celebramos un instrumento de tortura ni un signo de derrota, sino el árbol de la vida, la cátedra del amor y la fuente de salvación.

En el Evangelio escuchamos a Jesús decir: “Así como Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna”. En el desierto, el pueblo de Israel, mordido por serpientes venenosas, sanaba con solo mirar la serpiente de bronce elevada en un palo. Era un gesto de fe, un acto de confianza en Dios.

Eso mismo sucede con nosotros: mordidos por el pecado, heridos por las dificultades, tentados por el desánimo, somos sanados cuando miramos a Cristo crucificado. Su Cruz es la medicina, su Cruz es la victoria, su Cruz es la esperanza.

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Domingo 23 - C 2025

domingo 23 c 2025Lucas 14, 25-33

El evangelio que hoy escuchamos nos sorprende con palabras fuertes de Jesús: “El que no renuncia a su padre, a su madre, a sus hermanos, a su propia vida, y a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío”. A primera vista nos incomoda, porque sentimos que nos pide algo imposible, como si nos obligara a rechazar lo más querido. Pero en realidad, el Señor nos está mostrando la radicalidad del amor verdadero. No se trata de despreciar a nuestra familia o las cosas de la vida, sino de descubrir que nada ni nadie puede ocupar el lugar que sólo a Dios le corresponde. Cuando Jesús es el centro, todo lo demás encuentra su justa medida.

Él habla también de la cruz. No la cruz como un peso sin sentido, sino como el signo del discípulo que ha aprendido a vivir a la manera de Cristo: con entrega, con fidelidad, con valentía para amar, aunque duela. Cargar la cruz significa aceptar que seguir a Jesús no siempre es cómodo, pero siempre es fecundo.

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Domingo 22 - C 2025

domingo 22 c 2025Lucas 14, 1.7-14

Hoy el Evangelio nos muestra una escena sencilla pero profundamente reveladora. Jesús entra a la casa de un fariseo en sábado para compartir la mesa. Todos los presentes lo observan, pero Él, con mirada limpia y penetrante, ve la realidad de los corazones: los invitados buscan los primeros puestos. Esta escena nos interpela también a nosotras: ¿cuántas veces buscamos destacar, recibir elogios, ser reconocidas, aunque sea de manera sutil? Jesús conoce esa herida de nuestro corazón y nos ofrece un camino distinto: “Cuando te inviten, ocupa el último lugar.”

No es simplemente una norma de cortesía, sino un estilo de vida. El Reino de Dios no se conquista con apariencias ni poder, sino con la humildad de quien sabe ponerse en el último lugar. Jesús mismo vivió esto: siendo Hijo de Dios, no vino a ser servido, sino a servir, y su primer puesto fue la cruz. Desde allí nos enseña que la verdadera gloria no viene de los hombres, sino del Padre.

Jesús va más allá al dirigirse al anfitrión:

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Domingo 21 - C 2025

domingo 21 c 2025Lucas 13, 22-30

Hoy la Palabra de Dios nos invita a contemplar un tema central en nuestra fe: la salvación universal. Isaías nos presenta a un Dios que convoca a todos los pueblos, sin fronteras ni exclusiones. La salvación no es un privilegio reservado a unos pocos, sino un don que Dios ofrece a toda la humanidad. Ya desde los profetas encontramos esta promesa: que, de oriente y occidente, del norte y del sur, todos acudirán a sentarse en la mesa del Reino.

Sin embargo, cuando en el Evangelio le preguntan a Jesús: “¿Serán pocos los que se salven?”, él no da un número. No alimenta la curiosidad estéril, sino que nos dirige a lo esencial: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”. La salvación no es una lotería ni un privilegio automático. No basta con decir “soy judío”, en el tiempo de Jesús, ni hoy basta con decir “soy católico” o “ya cumplo con mis sacramentos”. La salvación es un camino de conversión y compromiso.

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