Natividad del Señor - C
ANTE EL MISTERIO DEL NIÑO
Los hombres terminamos por acostumbrarnos a casi todo. Con frecuencia, la costumbre y la rutina van vaciando de vida nuestra existencia. Decía Ch. Peguy que «hay algo peor que tener un alma perversa, y es tener un alma acostumbrada a casi todo». Por eso no nos puede extrañar demasiado que la celebración de la Navidad, envuelta en superficialidad y consumismo alocado, apenas diga ya nada nuevo ni gozoso a tantos hombres y mujeres de «alma acostumbrada».
Estamos acostumbrados a escuchar que «Dios ha nacido en un portal de Belén». Ya no nos sorprende ni conmueve un Dios que se ofrece como niño.

Después de recibir la llamada de Dios, anunciándole que será madre del Mesías, María se pone en camino sola. Empieza para ella una vida nueva, al servicio de su Hijo Jesús. Marcha «deprisa», con decisión. Siente necesidad de compartir con su prima Isabel su alegría y de ponerse cuanto antes a su servicio en los últimos meses de embarazo.
La liturgia de este domingo es una explosión de alegría. “Estad siempre alegres, os lo repito: estad alegres porque el Señor está cerca” nos dice san Pablo. Y el profeta Sofonías nos dice también: “¡Grita de alegría, hija de Sión! ¡Alégrate y regocíjate de todo corazón! Porque el Señor perdona nuestra deuda.
