Reflexión sobre el dolor
El domingo sexto de Pascua celebramos el día del enfermo. Quisiera hacer alguna consideración a este respecto. Lo primero decir, que el dolor es un misterio al que hay que acercarse con los pies descalzos, como Moisés se acercó a la zarza ardiente. Nada realmente más grave que acercarse al dolor con sentimentalismos y, no digamos con frivolidad.
Y quizá, una primera consideración es la del mucho dolor que hay en el mundo, agravado en estos tiempos por los medios de comunicación que enseguida nos informan de la muerte que se ha producido en el otro lado del mundo.
Es cierto que, hoy se lucha más y mejor que nunca contra el dolor y la enfermedad. Pero no parece que la gran montaña de dolor disminuya. Incluso, cuando hemos derrotado una enfermedad, aparecen otras. Sé que es amargo y doloroso decir esto, pero en lo que respecta al dolor, la enfermedad y la muerte, podemos ganar muchas batallas, pero la guerra la tenemos perdida.

Los primeros días del mes de febrero de este año los pasé en Jávea, vuestro pueblo y mi pueblo. Estuve visitando a mis padres. Llevo viviendo 25 años retirada en un monasterio en un pueblo muy pequeño en la provincia de Burgos. Hasta hace poco la fidelidad de mis padres ha sido excepcional, ellos han venido todos los años dos veces a verme, acompañados de mis hermanos. Ahora ya les cuesta, las limitaciones de la edad se imponen. Por eso, aunque mi vida transcurra, como digo, en un monasterio, he podido disfrutar del regalo de poderlos visitar. Fueron pocos días pero con la sensación de bien aprovechados. El encuentro con ellos me produjo un sentimiento grande amor intenso, agradecido… por poderlos abrazar, besar. Así pasó con mis hermanos, mi sobrina. También el encontrarme con mis amigas de siempre me gustó, me hizo sentir bien, me dejó un recuerdo agradecido, cálido, sabroso… A pesar de que nuestras vidas han tomado rumbos distintos desde hace ya muchos años, había compenetración, bienestar, risas, amistad verdadera.
Desde nuestra pequeña comunidad intentamos dar respuesta al sufrimiento del mundo con nuestra oración, acogida, y pequeños gestos solidarios. Pequeños signos del Reino orientados a la construcción de un mundo más digno y dichoso para todos.
Era un 19 de julio de 2010 hacia las dos de la tarde cuando, en una revisión reglamentaria el médico me diagnosticaba un tumor maligno en hígado. Me quedé paralizada, clavada en la silla, sin poder reaccionar, no me salían las palabras.
Se me ha pedido que dé un breve testimonio de la dimensión misionera de mi oración contemplativa. Lo que voy a intentar compartir con vosotros es un testimonio muy humilde y sencillo, fruto de mi experiencia personal. Por supuesto que todo lo que os voy a decir todavía no lo vivo en plenitud pero sí os aseguro que es lo que desea y ansía vivir mi corazón.