En ninguna otra parábola ha querido Jesús hacernos penetrar tan profundamente en el misterio de Dios y en el misterio de la condición humana. Ninguna otra es tan actual para nosotros como esta del «Padre bueno».
El hijo menor dice a su padre: «dame la parte que me toca de la herencia». Al reclamarla, está pidiendo de alguna manera la muerte de su padre. Quiere ser libre, romper ataduras. No será feliz hasta que su padre desaparezca. El padre accede a su deseo sin decir palabra: el hijo ha de elegir libremente su camino.
Jesús continúa de camino a Jerusalén. Lucas nos dice que «le seguía mucha gente». Sin embargo, Jesús no se hace ilusiones. No se deja engañar por entusiasmos fáciles de las gentes. A Jesús le interesaba más la calidad de sus seguidores que su número. Lo contrario de lo que nos pasa a nosotras.
Jesús, en su camino hacia Jerusalén es invitado a comer en casa de uno de los principales fariseos. Había allí otros convidados, también fariseos. Y todos espiaban a Jesús. Él aprovecha durante la comida para ofrecerles a ellos y, también hoy a nosotros, sus seguidores, dos enseñanzas muy importantes, dos valores del Reino: la humildad y la gratuidad.
“Mientras caminaba Jesús hacia Jerusalén uno le dijo: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?”
Jesús no suele responder a las preguntas malintencionadas ni a las que se le formulan por simple curiosidad. No le interesa especular sobre cuestiones estériles, propias de los maestros de la época. Tampoco responde a las preguntas mal formuladas, como en ese caso; mejor dicho, responde rectificando.
Jesús trata de educar a sus discípulos para que pasen del plano de la curiosidad al de la verdadera sabiduría; de las cuestiones ociosas a los verdaderos problemas.
El evangelio de hoy resulta desconcertante si lo queremos entender al pie de la letra. “He venido a traer fuego a la tierra” ¿Acaso Jesús es un pirómano? “No he venido a traer la paz sino la guerra” ¿En qué quedamos? ¿No es la “paz” la primera palabra que resonó en Belén en el nacimiento de Jesús y la primera que nos trajo el Espíritu Santo después de la Resurrección? “Debo ser bautizado con un bautismo de sangre”. ¿Está invitando Jesús a sus comunidades cristianas a un baño de sangre a causa de las guerras de religión? ¡No! Hay que entender estas palabras en el mismo sentido simbólico que fueron dichas.
“He venido a traer fuego a la tierra”. Dios se manifestó a Moisés en el desierto en una “Zarza que ardía sin consumirse”. Y es una imagen fantástica, sugerente, evocadora. Un Dios que arde en llamaradas de amor; un amor que no puede acabarse ni consumirse. Cuando Jesús nos dice que desea que “todo este mundo esté ardiendo” nos está diciendo que un mundo ardiendo en llamaradas de amor, sería el verdadero sueño de Dios.