Lucas nos cuenta la transformación que sucedió en Jesús mientras oraba. Está acompañado por Moisés y Elías, los representantes de la “ley” y los “profetas” del A.T. Los dos personajes también han experimentado en sus vidas el número simbólico de 40: cuarenta días en el monte, Moisés; cuarenta días de viaje hacia el monte Horeb, Elías.
Hace pocos días, con la imposición de la ceniza, iniciamos el tiempo de la Cuaresma. En estos 40 días, que van desde el Miércoles de Ceniza hasta la Semana Santa, la Iglesia nos invita a recorrer un camino de conversión de tal manera que, libres de todo aquello que nos separa de Dios y de las hermanas podamos celebrar el triunfo de la vida nueva que surge del crucificado-resucitado.
Este camino será más fructífero si lo hacemos atendiendo a la triple invitación que se nos hacía el pasado miércoles: intensificando la oración, compartiendo lo que somos y tenemos (limosna) y moderando nuestros apetitos (ayuno).
La liturgia en este primer domingo de Cuaresma nos ofrece el pasaje de las tentaciones de Jesús, como si quisiera advertirnos de que tampoco a nosotras nos van a faltar, pero que también podemos salir victoriosas, como Jesús.
Terminados los días de carnaval, entramos en un período de tiempo muy especial:
LA CUARESMA
Una palabra que a mucha gente no le dice nada, a otros les suena a algo raro pero sin saber muy bien el porqué. Dicho en pocas palabras, la cuaresma es un período de cuarenta días para preparar la gran fiesta de la PASCUA.
Hay tres palabras que van unidas a la cuaresma: Ayuno, Oración y Limosna.
Hoy, comenzamos con el Miércoles de Ceniza.
Seguramente que muchos tendréis ocasión de asistir a la imposición de la ceniza sobre vuestras cabezas.
¿Qué significa ese gesto de imponer ceniza sobre la cabeza?
Es signo de conversión, de cambio. Es signo de caducidad; que no estamos aquí para siempre y que en este mundo, nos guste o no, estamos de paso, y que por tanto no podemos apegarnos de una forma exagerada a lo que aquí tenemos. Disfrutarlo, sí; pero pensando que esto no es todo.
Te animo a que este tiempo de cuaresma que hoy empieza sea un tiempo en donde seas capaz de encontrar unos minutos al día de reflexión personal donde seas capaz de encontrarte con Dios y contigo mismo.
Tal vez descubras algo en tu vida que merece la pena cambiar, mejorar eliminar...
está aguardando la manifestación de los hijos de Dios» (Rm 8,19)
Queridos hermanos y hermanas:
Cada año, a través de la Madre Iglesia, Dios «concede a sus hijos anhelar, con el gozo de habernos purificado, la solemnidad de la Pascua, para que […] por la celebración de los misterios que nos dieron nueva vida, lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios» (Prefacio I de Cuaresma). De este modo podemos caminar, de Pascua en Pascua, hacia el cumplimiento de aquella salvación que ya hemos recibido gracias al misterio pascual de Cristo: «Pues hemos sido salvados en esperanza» (Rm 8,24). Este misterio de salvación, que ya obra en nosotros durante la vida terrena, es un proceso dinámico que incluye también a la historia y a toda la creación. San Pablo llega a decir: «La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios» (Rm 8,19).
Desde esta perspectiva querría sugerir algunos puntos de reflexión, que acompañen nuestro camino de conversión en la próxima Cuaresma.
Nuestros pueblos y ciudades ofrecen hoy un clima poco propicio a quien quiera buscar un poco de silencio y paz para encontrarse consigo mismo y con Dios. No Es fácil liberarnos del ruido permanente y del asedio constante de todo tipo de llamadas y mensajes. Por otra parte, las preocupaciones, problemas y prisas de cada día nos llevan de una parte a otra, sin apenas permitirnos ser dueños de nosotros mismos.
Ni siquiera en el propio hogar, invadido por la televisión y escenario de múltiples tensiones, es fácil encontrar el sosiego y recogimiento indispensables para encontrarnos con nosotros mismos o para descansar gozosamente ante Dios.