Seguimos este domingo con el evangelio de Juan en el discurso de despedida de Jesús. Jesús nos promete la inhabitación de la Trinidad en nuestros corazones si lo amamos y guardamos su palabra. “Vendremos a él y haremos morada en él”.
He aquí el fruto principal de la Pascua. La mayor realización del amor de Dios. El amor busca la cercanía, la intimidad, la unión. Dios no nos ama a distancia. Su deseo es vivir en nosotras, inundarnos con su presencia y con su amor. Somos templos, lugar donde Dios habita.
Juan 13, 31 Es la víspera de su ejecución. Jesús está celebrando la última cena con los suyos. Acaba de lavar los pies a sus discípulos. Judas ha tomado ya su trágica decisión, y después de tomar el último bocado de manos de Jesús, se ha marchado a hacer su trabajo. Jesús dice en voz alta lo que todos están sintiendo: «Hijos míos, ya no estaré con vosotros por mucho tiempo».
Les habla con ternura. Quiere que queden gravados en su corazón sus últimos gestos y palabras. «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que os conocerán todos que sois mis discípulos será que os amáis unos a otros». Este es el testamento de Jesús.
Jesús habla de un «mandamiento nuevo». ¿Dónde está la novedad? La consigna de amar al prójimo está ya presente en la tradición bíblica. También los filósofos griegos hablan de filantropía y de amor a todo ser humano. La novedad está en la forma de amar propia de Jesús: «amaos como yo os he amado». Así se irá difundiendo a través de sus seguidores su estilo de amar.
El domingo pasado el evangelio nos hablaba de pescadores. Hoy nos habla de pastores. La Iglesia hoy celebra el día del Buen Pastor. Jesús es el buen pastor, el pastor ideal, el que conoce a sus ovejas y es conocido por ellas, el que conduce a sus ovejas y es seguido por ellas, el que defiende a sus ovejas, de manera que nadie se las pueda arrebatar, el que llega a dar su vida por las ellas.
En la tradición bíblica la imagen del pastor estaba cargada de simbolismo. Dios decía por boca del profeta Ezequiel: “Buscaré a la oveja perdida y haré volver al redil a la descarriada; me ocuparé de la gorda y de la robusta. Las pastorearé con justicia”
Hoy, a nosotras, todavía esta imagen nos dice mucho, nos evoca la figura del pastor que hemos contemplado tantas veces en nuestros pueblos cuidando el rebaño. Sin embargo, en una sociedad urbana como la de hoy, esta imagen hoy nos les dice mucho. Rechazan que se asemeje a la gente con las ovejas, se identifica fácilmente con el borreguismo y la gente no lo soporta.
La liturgia de este domingo nos coloca ante unos textos impresionantes. En la primera lectura se nos muestran los apóstoles, antes cobardes, transformados por la fuerza del Espíritu en personas que no temen al Consejo de los sanedritas y salen, después de ser azotados, contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús.
El Evangelio de Juan nos presenta la aparición del Nazareno junto al lago de Tiberiades y la triple confesión de amor de Pedro antes de transmitirle, en colegialidad con los demás apóstoles, el primado de su Iglesia. Es curioso observar que el marco es el mismo que en la primera vocación de los Apóstoles: Allí, la pesca milagrosa y la vocación a ser pescadores de hombres; aquí, la misión de predicar a todos los pueblos la buena nueva de Cristo resucitado.
Según el evangelista Juan esta es la tercera aparición de Jesús a los discípulos. Esta vez se aparece junto al lago de Tiberíades, en medio de la vida ordinaria a la que ellos estaban acostumbrados.
El tiempo de la Cuaresma llega a su fin y cede el paso a la celebración de la Semana Santa. Han sido casi 40 días de preparación interior para disponer de la mejor manera nuestros corazones para pasar del “hombre viejo” al “hombre nuevo”. Ha sido un tiempo de gracia que nos ha ayudado a tomar consciencia de todo aquello que pone obstáculos a la vida lanzándonos al sinsentido de la acumulación, de la búsqueda del buen nombre, de la exclusión y del secuestro de la verdad por nombrar solo unos cuantos aspectos que le quitan brillo a la vida. También ha sido un tiempo de gracia para tomar consciencia de la apuesta de Dios por el ser humano. El Dios que ama la vida no ha escatimado ningún recurso para ayudarnos a transitar por la avenida de la vida con sentido transformándonos desde dentro con la fuerza del perdón, de la solidaridad, en últimas, con la fuerza de un amor que no conoce los límites y que traspasa las fronteras.