El Domingo de Ramos marca el inicio de la Semana Santa y nos invita a reflexionar sobre la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, un evento cargado de simbolismo y paradojas. Este día se celebra la proclamación de Jesús como Rey, mientras se anticipa el camino hacia su pasión y muerte.
La procesión con ramos y palmas representa la alegría y esperanza del pueblo que aclama a Jesús como el Mesías. Sin embargo, esta misma multitud, días después, pedirá su crucifixión. Este contraste nos recuerda la fragilidad de la fe humana y la necesidad de una fe auténtica y comprometida.
El uso del pollino, un animal humilde, subraya el mensaje de Jesús: su reino no es de poder terrenal, sino de servicio, humildad y amor. Su entrada en Jerusalén es una llamada a reconocer que el verdadero liderazgo se basa en el sacrificio y la entrega por los demás.
Este pasaje es uno de los relatos más conmovedores del Evangelio de Juan y presenta una enseñanza profunda sobre la misericordia, el perdón y la justicia divina. Es la historia de la mujer sorprendida en adulterio, a quien los escribas y fariseos llevan ante Jesús con la intención de ponerlo a prueba.
Jesús está enseñando en el templo cuando los fariseos le presentan a una mujer acusada de adulterio, recordando que la ley de Moisés ordenaba apedrear a quienes cometían este pecado. Sin embargo, su verdadera intención no era hacer justicia, sino tenderle una trampa a Jesús: si Él la absolvía, parecería que estaba ignorando la Ley; si la condenaba, iría en contra de su mensaje de misericordia.
Ante esta situación, Jesús responde con una actitud inesperada. Se inclina y escribe en el suelo, un gesto misterioso que ha generado muchas interpretaciones. Luego, les dice: "El que esté sin pecado que le tire la primera piedra." Estas palabras desarman la hipocresía de quienes la acusaban, recordándoles que todos tienen pecados y necesitan la misericordia de Dios.
Este domingo la liturgia cuaresmal ofrece a nuestra meditación una de las parábolas más hermosas del evangelio: la parábola del Padre y sus dos hijos. Parábola que, seguramente, hemos leído y meditado muchas veces, pero que siempre que nos acercamos a ella toca de modo nuevo nuestro corazón. De entrada, es bueno recordar que el auténtico protagonista de la parábola es el Padre, cuyo proceder Jesús pone como razón última para explicar su comportamiento con publicanos y pecadores cuando es criticado porque “acoge a los pecadores y come con ellos”. Todos hemos sido en un tiempo el hijo pequeño y en otros momentos el hijo mayor: pero la llamada fundamental de la parábola es a comprender la misericordia del Padre y a sentirnos acogidos por ella.
Quiero poner la atención en un versículo que me parece central en el relato de Lucas: es el versículo 20. Dice así: “Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos”. ¡Qué bien nos puede hacer saborear una a una esas palabras!
En el evangelio que nos propone la Iglesia en este tercer domingo de Cuaresma aparece una breve parábola en la que el dueño de una viña que tiene una higuera, al ver que esa higuera no produce fruto, le dice al viñador que la corte. El viñador, imagen de Dios, le pide que tenga paciencia: “déjala por este año todavía”. La parábola nos habla de la necesaria paciencia que es una forma concreta de la misericordia de Dios. Cuaresma es el tiempo de la misericordia y una de las manifestaciones concretas, y no fácil, de la misericordia es la paciencia.
La paciencia de Dios es nuestra salvación. Dios misericordioso es infinitamente paciente con nosotros, con nuestras incoherencias, con nuestros fallos y debilidades.