Domingo 28 - C 2025

domingo 28 c 2025Lucas 17, 11-19

Jesús camina hacia Jerusalén, y en su camino se encuentra con quienes viven al margen, con aquellos marcados por la enfermedad y la exclusión. Desde su dolor, elevan un clamor lleno de fe. No buscan solo alivio físico: buscan ser vistos, ser reconocidos, ser acogidos por Él.

Jesús no responde con gestos espectaculares ni con soluciones inmediatas. Les pide que caminen confiando, y es precisamente en ese caminar donde se produce la transformación. La gracia actúa mientras obedecemos y confiamos, incluso cuando todavía no vemos el fruto de su acción.

De todos los que fueron tocados por la gracia, solo uno vuelve para dar gracias. Su gratitud revela que ha recibido algo más que sanación: ha encontrado a Dios mismo. Los demás, aunque sanados, siguen su camino sin detenerse. La verdadera fe no se limita a recibir; se manifiesta en agradecer, en reconocer al Dador que actúa en nuestras vidas.

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Domingo 27 - C 2025

domingo 27 c 2025Lucas 17, 5-10

El evangelio de este domingo comienza con una súplica que es también la nuestra: “Señor, auméntanos la fe”. Los discípulos sienten que lo que Jesús les pide es demasiado grande para sus fuerzas, amar, perdonar, ser compasivos, y reconocen que solos no pueden. Nosotros también, en medio de tantas exigencias, luchas, cansancios y decepciones, descubrimos que nuestra fe se tambalea, que necesitamos que Dios mismo la sostenga. Y Jesús responde con una imagen desconcertante: no hace falta una fe inmensa, basta con que sea verdadera, pequeña como un grano de mostaza, pero viva, arraigada en lo profundo del corazón. Una fe así no se mide en cantidad, sino en confianza; no se trata de acumular certezas, sino de entregarse en sencillez al Señor.

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Domingo 26 - C 2025

domingo 26 c 2025Lucas 16, 19-31

El evangelio de hoy nos presenta una parábola exigente y conmovedora: el rico que vivía en la abundancia y el pobre Lázaro que yacía a la puerta de su casa. El rico, rodeado de lujos y banquetes, nunca maltrató a Lázaro, simplemente lo ignoró. Y esa indiferencia fue su pecado: no ver al otro, cerrar los ojos al sufrimiento que tenía tan cerca.

Al morir, se produce la gran inversión: Lázaro es consolado en el seno de Abraham, y el rico acaba en el tormento. Así es la lógica del Reino: lo que el mundo valora —lujo, poder, prestigio— carece de peso en el cielo. Lo que vale es el amor, la misericordia, la solidaridad.

Jesús nos recuerda que el tiempo de la conversión es ahora. No hacen falta milagros ni señales extraordinarias: ya tenemos la Palabra de Dios, ya sabemos lo que es justo. Si no escuchamos hoy, tampoco lo haríamos aunque viéramos un muerto resucitar.

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Domingo 25 - C 2025

domingo 25 c 2025Lucas 16,1-13

El evangelio que escuchamos hoy nos puede desconcertar: Jesús cuenta la parábola de un administrador infiel que, sabiendo que lo van a despedir, actúa con astucia para asegurarse el futuro. Y lo sorprendente es que el mismo amo lo elogia. No lo alaba por su injusticia, sino por la sagacidad con la que supo reaccionar ante la crisis. Jesús aprovecha esta historia para lanzarnos un mensaje profundo: también nosotros debemos aprender a ser previsores, no para guardarnos riquezas que pasan, sino para preparar la vida que no pasa, la vida eterna.

Nuestra existencia entera es una administración. Nada es realmente nuestro: ni los bienes materiales, ni el tiempo, ni las capacidades. Todo lo hemos recibido de Dios y todo un día tendremos que devolverlo. La pregunta es cómo lo usamos. ¿Vivimos como si todo nos perteneciera? ¿O somos conscientes de que lo que tenemos está confiado a nuestras manos para el bien, para compartir, para construir fraternidad?

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Exaltación de la Santa Cruz - C 2025

Santa Cruz 2025Juan 3, 13-17

Hoy la Iglesia nos invita a contemplar el misterio más grande de nuestra fe: la Santa Cruz de nuestro Señor Jesucristo. No celebramos un instrumento de tortura ni un signo de derrota, sino el árbol de la vida, la cátedra del amor y la fuente de salvación.

En el Evangelio escuchamos a Jesús decir: “Así como Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna”. En el desierto, el pueblo de Israel, mordido por serpientes venenosas, sanaba con solo mirar la serpiente de bronce elevada en un palo. Era un gesto de fe, un acto de confianza en Dios.

Eso mismo sucede con nosotros: mordidos por el pecado, heridos por las dificultades, tentados por el desánimo, somos sanados cuando miramos a Cristo crucificado. Su Cruz es la medicina, su Cruz es la victoria, su Cruz es la esperanza.

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