Domingo Pentecostés - C 2025

pentecostes 2025Juan 7, 37-39

Celebramos con gozo la solemnidad de Pentecostés, el día en que el Señor resucitado derrama el Espíritu Santo sobre sus discípulos y da nacimiento a la Iglesia. Pentecostés no es solo el final del tiempo pascual, sino el comienzo de una nueva etapa: la Iglesia es enviada al mundo, animada por el Espíritu de Cristo.
El Evangelio de san Juan nos sitúa en la tarde del mismo día de la resurrección. Los discípulos están encerrados por miedo, confundidos y con el corazón herido. En medio de ese encierro, Jesús se presenta resucitado y les dice: “Paz a vosotros”.

No les reclama, no les recuerda sus traiciones o debilidades. Les da su paz. Y esta paz no es un simple saludo o un deseo cordial. Es el don pascual por excelencia: es la certeza de que el pecado ha sido vencido, de que la muerte ya no tiene la última palabra, de que Dios sigue confiando en nosotros.

Jesús les muestra sus manos y su costado, las señales de su amor. Les demuestra que el que está frente a ellos es el mismo que fue crucificado, y que el amor que se entrega hasta el extremo es más fuerte que el odio y la muerte.

Después de regalarles su paz, Jesús les envía: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Y sopla sobre ellos, diciendo: “Recibid el Espíritu Santo”.

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Ascensión del Señor - C 2025

ascensin del Seor 2025Lucas 24,46-53

La Solemnidad de la Ascensión del Señor marca un momento clave en la historia de la salvación: Jesús resucitado asciende al cielo, completando su misión terrenal y dejando a los discípulos la tarea de continuar su obra. Esta fiesta no celebra una partida, sino una exaltación y una nueva presencia: Jesús no se va para alejarse, sino para llenar todas las cosas con su Espíritu. Es una fiesta de esperanza activa, de misión y de confianza en la promesa del Espíritu Santo.

El evangelio de Lucas concluye con una escena profundamente serena, simbólica y llena de promesas. La Ascensión no es un final, sino un punto de partida. Jesús resucitado, tras instruir a los suyos, los envía como testigos y les promete el Espíritu. Lejos de ser una despedida dramática, es una despedida esperanzadora: los discípulos no quedan abatidos, sino llenos de alegría.

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Domingo 6 Pascua - C 2025

domingo 6 pascua c 2025Juan 14, 23-29

Seguimos este domingo con el evangelio de Juan en el discurso de despedida de Jesús. Jesús nos promete la inhabitación de la Trinidad en nuestros corazones si lo amamos y guardamos su palabra. “Vendremos a él y haremos morada en él”.

“El que me ama guardará mi palabra”. Esta es la condición para que las Personas divinas habiten en nosotras: amar a Cristo. Lo cual no es un puro sentimiento, sino que supone «guardar su palabra», la actitud de fidelidad a Él y cada una de sus enseñanzas. Por el contrario, «el que no me ama no guardará mis palabras». Encontramos aquí un test para comprobar la autenticidad de nuestro amor a Jesús.

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Domingo 5 Pascua - C 2025

domingo 5 pascua 2025Juan 13, 31-35

Jesús comparte con sus discípulos los últimos momentos antes de volver al misterio del Padre. El relato de Juan recoge cuidadosamente su testamento: lo que Jesús quiere dejar grabado para siempre en sus corazones: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado».

El evangelista Juan tiene su atención puesta en la comunidad cristiana. No está pensando en los de fuera. Cuando falte Jesús, en su comunidad se tendrán que querer como «amigos», porque así los ha querido Jesús: «Vosotros sois mis amigos»; «ya no os llamo siervos, a vosotros os he llamado amigos». La comunidad de Jesús será una comunidad de amistad.

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Domingo 4 Pascua - C 2025

domingo 4 pascua c 2025Juan 10, 27-30

La figura de Jesús como Buen Pastor se nos presenta como un consuelo profundo y una invitación exigente. No es una imagen romántica, sino una realidad que toca la entraña misma de nuestra fe.

Jesús nos habla de una relación íntima, directa, viva: “Mis ovejas escuchan mi voz.”

Escuchar la voz de Jesús no es solo oírla, sino reconocerla, acogerla, dejar que resuene más allá de los oídos: en el corazón, en la conciencia, en las decisiones cotidianas. Es una escucha que transforma.

En un mundo saturado de voces —algunas que prometen éxito fácil, otras que generan miedo, muchas que confunden— ¿cómo distinguir la voz del Pastor? Solo quien se ha acostumbrado a su timbre, quien ha caminado con Él, quien ha aprendido a guardar silencio interior, puede reconocer esa voz que apacigua el alma y llama a la vida.

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