Domingo Pentecostés - C 2025
Celebramos con gozo la solemnidad de Pentecostés, el día en que el Señor resucitado derrama el Espíritu Santo sobre sus discípulos y da nacimiento a la Iglesia. Pentecostés no es solo el final del tiempo pascual, sino el comienzo de una nueva etapa: la Iglesia es enviada al mundo, animada por el Espíritu de Cristo.
El Evangelio de san Juan nos sitúa en la tarde del mismo día de la resurrección. Los discípulos están encerrados por miedo, confundidos y con el corazón herido. En medio de ese encierro, Jesús se presenta resucitado y les dice: “Paz a vosotros”.
No les reclama, no les recuerda sus traiciones o debilidades. Les da su paz. Y esta paz no es un simple saludo o un deseo cordial. Es el don pascual por excelencia: es la certeza de que el pecado ha sido vencido, de que la muerte ya no tiene la última palabra, de que Dios sigue confiando en nosotros.
Jesús les muestra sus manos y su costado, las señales de su amor. Les demuestra que el que está frente a ellos es el mismo que fue crucificado, y que el amor que se entrega hasta el extremo es más fuerte que el odio y la muerte.
Después de regalarles su paz, Jesús les envía: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Y sopla sobre ellos, diciendo: “Recibid el Espíritu Santo”.