Domingo 23 - C 2025

domingo 23 c 2025Lucas 14, 25-33

El evangelio que hoy escuchamos nos sorprende con palabras fuertes de Jesús: “El que no renuncia a su padre, a su madre, a sus hermanos, a su propia vida, y a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío”. A primera vista nos incomoda, porque sentimos que nos pide algo imposible, como si nos obligara a rechazar lo más querido. Pero en realidad, el Señor nos está mostrando la radicalidad del amor verdadero. No se trata de despreciar a nuestra familia o las cosas de la vida, sino de descubrir que nada ni nadie puede ocupar el lugar que sólo a Dios le corresponde. Cuando Jesús es el centro, todo lo demás encuentra su justa medida.

Él habla también de la cruz. No la cruz como un peso sin sentido, sino como el signo del discípulo que ha aprendido a vivir a la manera de Cristo: con entrega, con fidelidad, con valentía para amar, aunque duela. Cargar la cruz significa aceptar que seguir a Jesús no siempre es cómodo, pero siempre es fecundo.

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Domingo 22 - C 2025

domingo 22 c 2025Lucas 14, 1.7-14

Hoy el Evangelio nos muestra una escena sencilla pero profundamente reveladora. Jesús entra a la casa de un fariseo en sábado para compartir la mesa. Todos los presentes lo observan, pero Él, con mirada limpia y penetrante, ve la realidad de los corazones: los invitados buscan los primeros puestos. Esta escena nos interpela también a nosotras: ¿cuántas veces buscamos destacar, recibir elogios, ser reconocidas, aunque sea de manera sutil? Jesús conoce esa herida de nuestro corazón y nos ofrece un camino distinto: “Cuando te inviten, ocupa el último lugar.”

No es simplemente una norma de cortesía, sino un estilo de vida. El Reino de Dios no se conquista con apariencias ni poder, sino con la humildad de quien sabe ponerse en el último lugar. Jesús mismo vivió esto: siendo Hijo de Dios, no vino a ser servido, sino a servir, y su primer puesto fue la cruz. Desde allí nos enseña que la verdadera gloria no viene de los hombres, sino del Padre.

Jesús va más allá al dirigirse al anfitrión:

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Domingo 21 - C 2025

domingo 21 c 2025Lucas 13, 22-30

Hoy la Palabra de Dios nos invita a contemplar un tema central en nuestra fe: la salvación universal. Isaías nos presenta a un Dios que convoca a todos los pueblos, sin fronteras ni exclusiones. La salvación no es un privilegio reservado a unos pocos, sino un don que Dios ofrece a toda la humanidad. Ya desde los profetas encontramos esta promesa: que, de oriente y occidente, del norte y del sur, todos acudirán a sentarse en la mesa del Reino.

Sin embargo, cuando en el Evangelio le preguntan a Jesús: “¿Serán pocos los que se salven?”, él no da un número. No alimenta la curiosidad estéril, sino que nos dirige a lo esencial: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”. La salvación no es una lotería ni un privilegio automático. No basta con decir “soy judío”, en el tiempo de Jesús, ni hoy basta con decir “soy católico” o “ya cumplo con mis sacramentos”. La salvación es un camino de conversión y compromiso.

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Domingo 20 - C 2025

domingo 20 c 2025Lucas 12, 49-53

El Evangelio de este domingo nos sorprende con palabras de Jesús que a primera vista resultan desconcertantes: “He venido a prender fuego en la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!… ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división”. Quien suele ser anunciado como Príncipe de la Paz parece ahora hablar de lo contrario. Pero en realidad Jesús no está negando su misión de reconciliación y de amor, sino mostrando que la fidelidad al Evangelio no es neutra ni cómoda, sino que en muchos casos genera resistencia, ruptura y conflicto.

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Asunción de María

asuncion de Mara2025Hoy celebramos con alegría la Asunción de la Virgen María, misterio en el que contemplamos que ella, al final de su vida, fue llevada en cuerpo y alma al cielo. No es simplemente un premio personal, sino la manifestación de la fidelidad de Dios hacia quien se abandona totalmente en Él.

El Evangelio nos presenta a María visitando a su prima Isabel. Recién ha recibido el anuncio del ángel y, lejos de quedarse centrada en sí misma, se pone en camino con prontitud para servir. Sus labios pronuncian el Magníficat, un canto que no habla de sus méritos, sino de la grandeza de Dios que mira con amor a los pequeños.

La Asunción nos recuerda que la vida tiene un destino definitivo: no vamos hacia la nada, sino hacia la plenitud de Dios. María, la humilde sierva del Señor, llegó ya a la meta y nos enseña el camino: escuchar la Palabra, acogerla en el corazón y vivirla en el servicio y la confianza. Su historia nos revela que la verdadera grandeza está en la humildad, y que en medio de las luchas y cansancios de la vida podemos caminar con esperanza, sabiendo que la victoria final pertenece a Dios.

Hoy le pedimos a María que nos ayude a vivir con un corazón sencillo y fiel, para que un día podamos compartir su alegría eterna en la presencia del Señor.

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