Domingo 26 - C
Lucas 16, 19-31
En continuidad con el evangelio del domingo pasado, el Señor nos advierte sobre uno de los efectos más dañinos de una inadecuada relación con los bienes, es decir, cuando los convertimos en la razón última de nuestra felicidad y en el criterio fundamental para valorar a las personas con quienes nos relacionamos: endiosar el dinero nos hace ciegos y sordos ante los rostros y los gritos desgarrados de quienes tienen que luchar cada día para sobrevivir.
El rico, a quien el evangelio no pone nombre, es incapaz de ver al pobre Lázaro que estaba tirado a la puerta de su palacio. Para el rico este hombre es invisible.