Reflexión de Navidad
Esta Noche celebraremos, con toda la Iglesia y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, el nacimiento de Jesús.
Que nuestro Dios haya venido al mundo mediante su Hijo, nacido en Belén, constituye la dimensión más genuina de nuestra fe. Creemos en un Dios creador y señor de todas las cosas, que se ha hecho un niño indefenso en una cueva humilde de un país humilde.
La Palabra se hizo carne. Nuestro Dios asume nuestra condición humana, se encarna en nuestra historia. ¡Qué misterio tan grande y, a la vez, tan entrañable! Lo que habían anunciado los profetas se cumple. El Mesías, el salvador, que esperaban todos los pueblos, nace de una virgen.
ANTE EL MISTERIO DEL NIÑO
Después de recibir la llamada de Dios, anunciándole que será madre del Mesías, María se pone en camino sola. Empieza para ella una vida nueva, al servicio de su Hijo Jesús. Marcha «deprisa», con decisión. Siente necesidad de compartir con su prima Isabel su alegría y de ponerse cuanto antes a su servicio en los últimos meses de embarazo.
La liturgia de este domingo es una explosión de alegría. “Estad siempre alegres, os lo repito: estad alegres porque el Señor está cerca” nos dice san Pablo. Y el profeta Sofonías nos dice también: “¡Grita de alegría, hija de Sión! ¡Alégrate y regocíjate de todo corazón! Porque el Señor perdona nuestra deuda.