Séptimo Domingo Ordinario - C
El domingo pasado escuchábamos las bienaventuranzas de Lucas y hoy seguimos con el llamado discurso de la llanura.
Jesús se dirige “a los que le escuchan…” a los que abren su corazón para guardar su mensaje. Y hoy nos hace también a nosotras una llamada a abrir el oído del corazón para acoger su Palabra y dejarnos transformar por ella.
El evangelio de hoy se centra en el núcleo de la doctrina de Jesús: el amor, un amor que llega hasta el extremo, “amar a los enemigos, hacer el bien a los que nos odian, bendecir a los que nos maldicen y orar por los que nos injurian”. Quizá sea este el mandato más difícil de cumplir, la gran novedad que nos aporta Jesús.
Lucas 6, 17.20-26
Las lecturas de este domingo nos hablan de llamadas, de vocaciones: la de Isaías, Pablo y Pedro. La llamada de Dios en cada uno de ellos va precedida de una teofanía o manifestación de Dios. Dios, antes de confiar al hombre una misión particular, se le revela y da a conocer.
Lucas 4,21-30
Después del comienzo del Evangelio, pasamos directamente al pasaje en el que Jesús vuelve a su pueblo después del bautismo y de las tentaciones en el desierto. Jesús, sobre quien descendió el Espíritu Santo en forma de paloma el día de su bautismo, llevado por este mismo Espíritu al desierto para ser tentado, vuelve ahora a Galilea con la fuerza del Espíritu.