El pasaje evangélico de hoy no tiene sentido si lo separamos de la actividad de Jesús en la Sinagoga narrado el domingo. El episodio de la Sinagoga nos revela a Jesús como Maestro, el evangelio de este domingo nos revela a Jesús como médico o taumaturgo.
Por la mañana en la Sinagoga cura a un leproso, por la tarde se dirige a casa de Pedro y Andrés. Al entrar en casa le dicen que la suegra de Pedro está enferma. No puede salir a acogerlos porque tiene fiebre. Jesús rompe de nuevo el sábado, se acerca a ella, la toma de la mano, la levanta y se le quitó la fiebre, entonces se puso a servirles.
Jesús va sembrando un río de vida por donde pasa. La verdad que lleva en su palabra y en su vida, inunda de vida y devuelve vida a los enfermos.
En nuestros días se habla mucho de crisis de autoridad a todos los niveles: en la familia, en la política, en la enseñanza e incluso en la Iglesia. En medio de esta situación de crisis, el evangelio de hoy nos presenta a Jesús con una autoridad sorprendente. Él puede ayudarnos a recuperar lo que tanto se echa en falta en los más diversos ámbitos de la vida cotidiana.
Hay dos aspectos en el ministerio público de Jesús que merecen la alabanza de su autoridad. El primero es el de su enseñanza, el de sus palabras: la gente que le escuchaba no podía menos que exclamar: “Jamás hombre alguno ha hablado así”; “este enseñar con autoridad es nuevo”. El segundo es el de sus obras: Al liberar a un endemoniado del mal espíritu que le atormentaba, todos se preguntaban asombrados: “Que es esto?. Hasta manda a los espíritus inmundos y le obedecen".
En este domingo retomamos al evangelista Marcos. La voz del último de los profetas que anuncian la llegada del Señor, Juan, el Bautista había sido acallada. Con su arresto intentaron acallar una voz incómoda y desafiante. Y ahora Jesús toma el testigo. El tiempo de espera que se vive en Israel ha acabado. Con Jesús comienza una era nueva.
Dios no quiere dejarnos solos ante nuestros problemas, sufrimientos y desafíos. Quiere construir junto a nosotros un mundo más humano, más justo y más fraterno.
Jesús viene proclamando que “ha llegado el tiempo. El Reino de Dios está cerca”. Y, propone dos actitudes para pertenecer a ese Reino: la conversión y la fe. Para ser seguidores de Jesús, esto es lo primero que tenemos que escuchar en nuestro corazón.
Ha llegado la hora, no hay que esperar más. Dios está muy cercano a nosotros. Quiere reinar en nuestra vida y hacer un mundo diferente, más humano y más justo para todos.
Tras la fiesta del Bautismo del Señor, comenzamos el Tiempo Ordinario.
En este segundo domingo, se nos plantea el inicio del ministerio público de Jesús. Jesús va llamando, reuniendo para “estar”, “aprender” y “compartir” con Él un estilo de vida diferente, a los que luego serán “su grupo”, “sus seguidores”. Dios sale también a nuestro encuentro, nos llama por nuestro nombre, se sirve de mediaciones, de otras personas, acontecimientos de la vida… Y nos invita a ser de “su grupo”, nos deja libertad para acogerle y libremente seguirle. Él nos va modelando, cambia nuestros corazones, nos da la fortaleza, el coraje para dejarlo todo y responder con generosidad a su llamada para anunciar el mensaje del Reino.
Animados por el Bautista, dos discípulos se acercan a Jesús y le preguntan “¿dónde vives?”. Jesús no les responde con la descripción o las indicaciones de un lugar físico, sino que les contesta con una invitación: “Venid y veréis”.
“Venid y veréis”. Dos verbos: ir y ver. Y en el fondo de esa doble propuesta, para ellos y para nosotras, Jesús hace una doble llamada: confiar y salir.
“Confiar” en Él. La lógica “normal” en nuestro caso si alguien nos invita a ir con él es que nosotras preguntemos primero dónde va: si el sitio nos es conocido, decidimos ir o no ir según nos acomode o no; si el sitio nos es desconocido, preguntamos detalles a quien nos invita o nos informamos previamente antes de decidir. Aquí no: primero, “venid”, y después, “veréis”. Se trata de confiar en la persona de Jesús que nos invita. Seguir a Jesús es confiar más que conocer. Nos puede llevar, y nos lleva de hecho, por caminos insospechados.
La segunda parte de la invitación, la segunda llamada, es “salir”. Porque hay que salir de donde estamos para ir adonde está Él. Y salir con todas las incomodidades y las incertidumbres que supone siempre salir y dejar lo conocido para ir a lo desconocido. En este caso absolutamente desconocido, porque Jesús no les da ningún detalle. Salir de nosotros mismos para encontrarnos con Él. Eso no es sólo ni primordialmente un movimiento físico, sino un movimiento interior. Movimiento de descentramiento: sólo en la medida que estamos dispuestos a salir de nosotros mismos nos vamos a encontrar con Jesús.
Confiaron en las palabras de Juan Bautista y de Jesús, abandonaron al Bautista y sus seguridades, y fueron. ¿Qué vieron? El evangelista no nos describe qué es lo que vieron. Habían preguntado por el lugar y el espacio donde Jesús vivía, por un lugar físico, y de eso no se nos dice nada en el evangelio. Sólo se nos dice: “Vieron dónde vivía y se quedaron con Él”. No importa el lugar, importa la Persona. Y la Persona les impresionó tanto que “se quedaron con Él”. Lo decisivo, lo que importa, en el seguimiento de Jesús no son las circunstancias, sino la Persona.
Las palabras primeras del ángel Gabriel son, al mismo tiempo, unas palabras de saludo y bendición y una buena noticia, la mejor de las noticias: María eres la “llena de gracia”. De ahí, la invitación a la alegría: “Alégrate”: porque no hay motivo mayor de alegría que sentirnos llenos de la gracia de Dios. Esas palabras primeras preceden a una llamada, la llamada a una misión: la presencia de la gracia de Dios en María es el punto de partida para una llamada: dejarse tomar por Dios para su obra de redención.
Dios “está” plenamente en la vida de una mujer sencilla de una pequeña población de Galilea. Dios se hace presente en ese contexto de sencillez, por el que, seguramente, nadie habría apostado. Y le pide a esa sencilla mujer de Nazaret, María, lo que ella nunca había imaginado y que, incluso en ese momento mismo, le resulta difícil de asimilar: “Ella se turbó grandemente… ¿Cómo será eso? …”
El Dios que se hace presente en la vida de María de Nazaret,