Cuarto Domingo de Cuaresma - B
Según Juan, el evangelista y “discípulo amado”, Jesús vino al mundo, no para condenar, sino para salvar. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su único Hijo para salvarlo” Y la señal del amor tan inmenso de Dios es la cruz: en ella se dejó arrebatar de sus manos a quién él más amaba, el Justo Jesús de Nazaret, para que nosotros pecadores participáramos de la vida divina. La entrega de su Hijo es expresión, al mismo tiempo de la debilidad y la omnipotencia de la ternura de Dios.
«Dios ama el mundo». Lo ama tal como es. Inacabado e incierto. Lleno de conflictos y contradicciones. Capaz de lo mejor y de lo peor. Este mundo no recorre su camino solo, perdido y desamparado. Dios lo envuelve con su amor por los cuatro costados. Si Dios no lo condena, tampoco nosotras deberíamos condenarlo, sino mirarlo con esa mirada misericordiosa, amorosa de Dios.




