Domingo XIII - C
Lucas 9, 51-62
El Evangelio comienza diciendo que, cuando Jesús ya sabía que le quedaba poco tiempo, tomó la decisión de ir a Jerusalén, donde tenía que morir. Jesús es consciente de lo que le espera en Jerusalén pero no se echa atrás, él quiere ser fiel al proyecto de Dios. Cuando llega el momento sale de su tierra Galilea y se dirige con firmeza y resolución afrontando con valentía, con decisión su destino sin echarse atrás.
Jesús envía mensajeros delante de él. Los samaritanos, pueblo hostil a los judíos, rechazan a Jesús y le niegan la hospitalidad acostumbrada. La reacción de Santiago y Juan es rápida: "Señor, ¿quieres que mandemos fuego del cielo que acabe con ellos?".
La Solemnidad de hoy es un eco del jueves santo. El Señor Jesús quiso quedarse con nosotras. Y lo hace en cada Eucaristía, en donde somos convocadas a la mesa de la Palabra y a la mesa de su Cuerpo y de su Sangre.
A lo largo de los siglos, los teólogos se han esforzado por profundizar en el misterio de Dios ahondando conceptualmente en su naturaleza y exponiendo sus conclusiones con diferentes lenguajes. Pero, con frecuencia, nuestras palabras esconden su misterio más que revelarlo. Jesús no habla mucho de Dios. Nos ofrece sencillamente su experiencia.
Ven Espíritu Creador e infunde en nosotros la fuerza y el aliento de Jesús. Sin tu impulso y tu gracia, no acertaremos a creer en él; no nos atreveremos a seguir sus pasos; la Iglesia no se renovará; nuestra esperanza se apagará. ¡Ven y contágianos el aliento vital de Jesús!
Con la solemnidad de Pentecostés llegaremos al término del tiempo pascual que iniciamos hace 50 días.