En este domingo segundo de Pascua, la liturgia nos ofrece la doble aparición de Jesús a sus discípulos. Nos presenta dos escenas:
La 1ª se sitúa “en el primer día de la semana” Y tiene dos momentos: La presencia de Jesús con los discípulos sin Tomás. Y, el diálogo de los discípulos con Tomás.
Y la 2ª ”ocho días después” Cuando Jesús se vuelve a aparecer a sus discípulos pero ya estaba Tomás con ellos.
¡CRISTO HA RESUCITADO! Hoy es el GRAN DÍA de nuestra FE, el día más grande del año. El amor ha vencido a la muerte. Dios ha resucitado a Jesús y también quiere resucitarnos a nosotras El evangelio de este domingo más que un relato de la aparición de Jesús resucitado es un relato de desaparición. Lo que encuentran tanto María Magdalena como los dos apóstoles no es la manifestación gloriosa del Resucitado sino un sepulcro vacío. Ante ese hecho hay dos actitudes: La primera es la actitud inicial de María Magdalena: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. La otra es la respuesta de fe Juan: “Vio y creyó”. En las palabras de María Magdalena se observa una enorme carga de amor y cariño. Esta mujer lleva en su corazón el amor a su Señor. No se queda encerrada en sí misma, triste y sin esperanza. Busca a su Señor en el amanecer, sale de madrugada.
Existe una copla popular bien conocida de Antonio Machado que termina así: “No quiero cantar ni puedo a ese Jesús del madero sino al que anduvo en la mar” Y así suele ser entre nosotros. Admiramos más al Jesús de los milagros, el de los poderes especiales, el que es capaz de andar sobre las aguas, y nos cuesta mirar y entender al Jesús de la cruz. Sin embargo, otro poeta Lope de Vega tiene unos versos al Crucificado que termina así: Pero, “¿cómo clavado enseñas tanto? Debe de ser que siempre estás abierto, ¡oh Cristo, de ciencia eterna, oh, libro santo!” Sí, tenemos que acercarnos a la Cruz y aprender de ella, leer en ella, empaparnos de sus enseñanzas. Y ¿qué aprender? Aprender cómo Cristo ha vivido y procesado la injusticia enorme que le han hecho. Él había dicho: “si te abofetean en una mejilla, preséntale la otra”;
Hoy, Jesús, con el gesto de quitarse el manto y ceñirse la toalla, rehace la encarnación: se despoja de su rango, se abaja, se hace siervo siendo de condición divina. Este es el marco en el que el evangelista Juan sitúa la primera Eucaristía: un marco de servicio, de entrega, de abajamiento. El pan que Jesús reparte no es el pan que tiene, no es lo que tiene; reparte lo que es: se reparte. No reúne a sus discípulos para repartir la herencia de sus bienes. Los reúne para repartirse como único bien. Para poder repartirse hace falta hacerse poco, bajarse de los pedestales en los que, a veces, nos subimos. En el evangelio todo queda trastocado: se da la vuelta todo. Son llamados bienaventurados los que lloran; son “señores” los que sirven. Pedro es llamado al orden: “O te dejas lavar los pies o no tienes parte conmigo”.