Primer Domingo Adviento - A
Mateo 24, 37-44
Comenzamos el Adviento, tiempo de esperanza, de promesas, de sueños. Más que un tiempo, es un talante y estilo, es una actitud del alma que debemos de cultivar constantemente.
El Adviento no es algo que se celebra, sino que se vive. Es tiempo de esperanza. Necesitamos la esperanza para seguir viviendo, para seguir luchando, para superarse y trascenderse, para soñar con algo nuevo y mejor.
Tiempo santo que nos abre a la esperanza, nos ensancha el corazón. Dios nos abre un resquicio para vislumbrar un espacio de paz, de humanidad, de sueños realizados.
Tiempo hermoso donde resuena en labios de Isaías que lo seco, el desierto, lo que parece muerto, se convertirá en vergel. Y nos lo tenemos que creer y vivir poniendo el corazón en todo para que se haga algún día realidad por la misericordia entrañable de nuestro Dios.
Adviento, tiempo de ilusión, de entusiasmo, de esperanza. Tiempo apropiado para reaccionar, para sacudirnos la indiferencia, la rutina y la pasividad que nos hace vivir dormidas.
Por eso, Jesús hoy nos invita a “VELAR, a VIGILAR” porque sabe que se nos cierran muchas veces los ojos por el sueño o el embotamiento. Por eso nos resbala la vida, desconocemos los signos y se nos escapa el misterio. Puede que venga el Señor y no nos enteremos. Vivimos, a veces, demasiado superficial y distraídamente, y así no hay posibilidad de Adviento. Vivimos más del presente que de la promesa, y así la esperanza se muere.
Esta actitud nada tiene que ver con la curiosidad sobre el cuándo o el cómo; ni con un esperar pasivo que espera señales o acontecimientos sorprendentes. Tiene que ver con un estilo de vida que vive cada instante como don y señal de Dios. Es un vivir con lucidez y con hondura, haciendo camino, acogiendo la salvación de Dios. Es un vivir atentas a los signos de los tiempos, a no dejarnos atrofiar por la superficialidad y la incoherencia, a despertar a la fe como responsabilidad personal y comunitaria.
¡Ven, Señor Jesús!