Tercer Domingo Pascua - A
Lucas 24,13-35
Hoy, en el Tercer Domingo de Pascua, la liturgia nos presenta el relato de los discípulos de Emáus. Es una de las escenas más bellas del evangelio. Es un relato muy rico en detalles que expresa con diversas imágenes y ricos recursos literarios los elementos más importantes de la experiencia pascual: el desconcierto y desolación iniciales después de la muerte en cruz de Jesús; la necesidad de los discípulos de retomar sus tareas cotidianas para volver a la normalidad; la iniciativa del Resucitado, que sale al paso de los suyos; las enormes dificultades que tuvieron los discípulos para reconocerlo por estar inmersos en el dolor y; finalmente, la apertura de los ojos, de la mente y el corazón.
Juan 20, 19-31
Juan 20, 1-9
Existe una copla popular bien conocida de Antonio Machado que termina así: “No quiero cantar ni puedo a ese Jesús del madero sino al que anduvo en la mar” Y así suele ser entre nosotros. Admiramos más al Jesús de los milagros, el de los poderes especiales, el que es capaz de andar sobre las aguas, y nos cuesta mirar y entender al Jesús de la cruz. Sin embargo, otro poeta Lope de Vega tiene unos versos al Crucificado que termina así: Pero, “¿cómo clavado enseñas tanto? Debe de ser que siempre estás abierto, ¡oh Cristo, de ciencia eterna, oh, libro santo!” Sí, tenemos que acercarnos a la Cruz y aprender de ella, leer en ella, empaparnos de sus enseñanzas. Y ¿qué aprender? Aprender cómo Cristo ha vivido y procesado la injusticia enorme que le han hecho. Él había dicho: “si te abofetean en una mejilla, preséntale la otra”;