La liturgia de este domingo anuncia ya la venida inminente del Señor. Por eso hay una sonora llamada a la alegría tanto en la lectura primera del profeta Sofonías: “Alégrate, hija de Sión, grita de gozo Israel”, como en la carta de San Pablo a los Filipenses: “Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos”. En el evangelio se nos presenta a la persona de Juan Bautista anunciando también, aunque en otro tono, más dramático, la llegada inminente del Mesías: “Viene el que es más fuerte que yo… Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”.
Ante este anuncio que hace Juan se le hace una misma pregunta, repetida por tres veces, pero por sujetos distintos. La pregunta es “¿qué debemos hacer?”. ¿Qué debemos hacer para prepararnos a esa venida, para acoger al que viene, para anunciar esa buena noticia que es fuente de tanta alegría?
En la solemnidad de nuestra Madre Inmaculada, la que fue creada para ser madre de Cristo y de toda la humanidad reflexionaremos sobre tres palabras que encontramos en el evangelio de hoy: “alégrate”, “no temas” y ‘el Espíritu Santo está sobre ti”. Qué actuales y necesarias nos suenan estas realidades cuando nuestro mundo parece carente de alegría, lleno de temores y necesitado del consuelo del Espíritu Santo.
¡Alégrate! La invitación a la alegría va íntimamente unida al nombre con que el ángel llama a María “llena de gracia”. Cuando la vida humana está llena de la vida de Dios el resultado es la alegría; pero no una alegría exterior y pasajera sino una alegría interior que brota de sabernos habitadas por Dios. Es la alegría de quien sacia su más íntima sed en la fuente del agua de la vida.