Domingo XX - C
El evangelio de hoy resulta desconcertante si lo queremos entender al pie de la letra. “He venido a traer fuego a la tierra” ¿Acaso Jesús es un pirómano? “No he venido a traer la paz sino la guerra” ¿En qué quedamos? ¿No es la “paz” la primera palabra que resonó en Belén en el nacimiento de Jesús y la primera que nos trajo el Espíritu Santo después de la Resurrección? “Debo ser bautizado con un bautismo de sangre”. ¿Está invitando Jesús a sus comunidades cristianas a un baño de sangre a causa de las guerras de religión? ¡No! Hay que entender estas palabras en el mismo sentido simbólico que fueron dichas.
“He venido a traer fuego a la tierra”. Dios se manifestó a Moisés en el desierto en una “Zarza que ardía sin consumirse”. Y es una imagen fantástica, sugerente, evocadora. Un Dios que arde en llamaradas de amor; un amor que no puede acabarse ni consumirse. Cuando Jesús nos dice que desea que “todo este mundo esté ardiendo” nos está diciendo que un mundo ardiendo en llamaradas de amor, sería el verdadero sueño de Dios.